DISCAPACIDAD E INTEGRACIÓN EN LA ESCUELA I:
(Conferencias para docentes de integración de un Colegio de Vallecas)

TRATAMIENTO DE UNA JOVEN SORDA Y CIEGA

Cuando Irene me invitó a esta reunión, se me planteó una razonable duda… Trabajo habitualmente con psicóticos, lo he hecho con débiles… pero nunca con un paralítico cerebral.

Yo me había convencido de que eso carecía de importancia; que, después de todo, el saber que se me demandaba no era respecto de la parálisis cerebral, de la que, en todo caso, ustedes sabían más que yo… Buenas razones. Así que no tengo porqué hablar de ello…

Cuando, de pronto, recordé un caso que creo viene al caso y que creo puede servirnos de introducción.

Antes de pasar a él, dos precisiones:

1.- No es un caso mío, sino un caso presentado por la doctora francesa FranÇoise Doltó, una especialista en psicología infantil (a la que les recomiendo calurosamente que lean) presentado en su 2º seminario de psicoanálisis de niños.

2.- Se trata del análisis de una joven ciega y sorda, un caso límite para el psicoanálisis porque en él se trata de hablar y escuchar.

Un niño ciego y sordo de nacimiento es candidato privilegiado al autismo. Que esto ocurra o no, no depende sólo del sujeto, que en principio es un receptor pasivo, sino de la habilidad (o falta de habilidad) del médico.

El niño suele permanecer como un cuerpo cerrado porque carece de los dos sentidos que son vehículo privilegiado de comunicación en nuestra cultura: la vista y el oído.

Le quedan el tacto y el olfato, pero estos son dos sentido que los adultos tenemos infantilizados. Sólo parecen jugar un papel en la relación sexual, y de eso ya no se habla.

Vamos al caso:

Se trata de una joven de 19 años, sorda y ciega (1/10 de audición y 1/10 de visión de un sólo ojo que, luego del tratamiento analítico se transformarían en 3/10 de audición y 2/10 de visión… (y los analistas no creemos en milagros).

Como la posibilidad de que naciera con dificultades se detectó durante el embarazo (rubeola), un médico sugirió un aborto. Los padres, muy católicos, se negaron. En principio no se detectó ninguna anomalía pero, como se esperaba que fuera una niña “enferma”, los padres no perdieron el tiempo para buscarle un sustituto. A los 10 meses nació su hermanito.

“Aquélla es nuestra pequeña cruz. La cuidaremos toda la vida, pero tendremos otro niño”.

A los 10 meses nació su hermanito. Y “la pequeña cruz” fue colocada en su estuche (algo muy natural, sin duda, pero que ya nos permite entender cómo el saber, en los padres, de que un niño es “enfermo” condiciona su posibilidad de desarrollar sus habilidades:

La niña caminó (y controló esfínteres) a la misma edad que cualquier otro niño; pero ella, ya se sabía, era “idiota”.

Se colgaba de la falda de su madre y sólo de esa manera se desplazaba por el piso. Nadie le hablaba. Era “como un vegetal”… y tenía celos del hermanito.

Un día intentó clavarle las tijeras en los ojos.

Corina, hasta entonces, era débil, enferma; ahora era peligrosa. Decidieron apartarla, separarse de ella.

Consultaron a un médico. Éste demostró suficiente sensibilidad al decirles: “Ella ha demostrado ser inteligente al intentar eso”.

La examinó y declaró: “Es sorda y ciega”: 1/10 de visión (y en un solo ojo), 1/10 de audición. Nadie había reparado en ello. Como se esperaba que fuera idiota, esa espera era confirmada por dificultades que, en realidad, tenían otra causa.

Comenzó entonces (a los 9 años) una educación para sordomudos ciegos con un profesor particular. En pocos meses leía y escribía en Braille, usaba cubiertos, demostrando así una extraordinaria inteligencia.

Al descubrir su inteligencia, la familia (sobre todo la madre) comenzó a dedicarle más atención y los progresos se sucedieron, pero sus relaciones se limitaban a su familia, y, a pesar de la mejoría, seguía ocupando el lugar de “niña enferma” (volveremos sobre ello en la parte teórica).

Los hermanos menores la agredían sin que ella se defendiera.

Cuando el más pequeño entró en pre-escolar, Corina comenzó a abandonarse, a vivir como un animal doméstico.

A pesar de ello, ayudaba a su madre en las tareas de la casa y comenzó a concurrir a un taller de tapicería para minusválidos.

Al llegar a la pubertad, comenzó a mostrarse irritable por “cualquier cosa”. También comenzó a fumar. “¡Pobrecita!” -los padres no se opusieron-: “¡Peor para ella! ¡Que fume!”. Y la dejaron fumar.

A los 16 años, las crisis de irritación se hicieron insostenibles. La ingresaron en un hospital psiquiátrico.

Allí tenía una conducta agresiva. Se lanzaba sobre las asistentes sociales como una tigresa: ¡sólo sobre las asistentes sociales!… La primera en ser agredida fue la que sugirió su ingreso y la que la llevó al hospital. Debía reconocerlas por el color del uniforme.

Hasta que, un día, un médico nuevo vio a esta tigresa abalanzarse sobre una de sus víctimas. Recibió su historial clínico, vio que no se había hecho nada por ella (”un caso perdido”) en los 3 ó 4 años que llevaba ingresada, e indicó psicoterapia.

Así fue como llegó a la Dra. Doltó a los 19 años. Objeto marginal de su familia y de la sociedad, nunca había gozado del estatus de sujeto.

Es un caso a
pasionante, lamentablemente tendremos que reducirlo mucho.

Las primeras dificultades con que tropezó su terapeuta fueron hacerle comprender las palabras abstractas, y establecer la transferencia… ¿Todos ustedes saben qué es eso? (EXPLICAR).

Un día, la Dra. Doltó se puso una crema de manos que olía a limón. Al entrar en su consulta, Corina comenzó a olfatear. Entonces la terapeuta le acercó su mano, le mostró que ese olor provenía de su mano. Corina la tomó y la llevó a su nariz. Así se estableció el contacto.

El segundo reconocimiento que realizó la Dra. Doltó fue prohibirle fumar en sesión. La paciente se resistía, pero era una forma de castrarla, de establecer una prohibición, de considerarla un sujeto, o sea, alguien que está sujeto a prohibición, a castración, que no puede hacer “lo que le venga en gana”. Así que la doctora insistió y, como previamente se había establecido un contacto afectivo, Corina terminó por aceptar, por consentir a la prohibición.

3er. movimiento: Diferenciar el afecto de la sensualidad:

La terapeuta la tomaba del hombro y escribía en una pizarra mágica (de ésas que se borran con un movimiento) y escribía: “Sra. Doltó, amiga de Corina”. Leía por el rincón del ojo derecho, con la cabeza torcida y muy cerca de la pizarra. Poco a poco fue comprendiendo.

——

Un día se presentó la madre (que la llevaba consigo los fines de semana) y dijo: “Ha ocurrido un drama esta mañana”.

El drama consistía en que Corina había ido al baño de su madre y se había maquillado (y parece ser que, a pesar de su ceguera, no lo había hecho del todo mal). Al verla, el padre, creo haberles dicho que era muy católico, le dio dos sonoros bofetones y le gritó: “Mi hija se ha convertido en una puta”.

Corina estaba en un estado de “stress” intenso. La madre, muy alterada. Y la Dra. Doltó, admirada de la habilidad de Corina y, sobre todo, del hecho de que Corina hubiera querido ponerse guapa para ella, para ir a su consulta (confirmación de la transferencia positiva). De hecho, escribió en la pizarra: “Corina guapa”.

La terapeuta decidió que había llegado el momento de que Corina dejar el Hospital. Para ello decidió no criticar a los padres por haberla reingresado, se limitó a decirles que si la habían ingresado era porque, en aquella época, no había otra solución mejor. Pero que Corina había cambiado y ese ingreso ya no se justificaba.

Poco a poco Corina se iba “humanizando”.

Volvió a su taller (que era un taller, sobre todo, para débiles mentales) y comenzó a establecer un vínculo social con sus compañeras (lo que no había ocurrido en la experiencia anterior).

Es entonces cuando ocurre un hecho muy significativo.

Un buen día, tuvo su primera relación sexual. Las educadoras estaban asustadas. La madre, por supuesto, también.

Corina tenía 21 años, llevaba dos de psicoterapia y conocía a su partenaire desde hacía unos meses.

Eso fue en el Hospital Psiquiátrico. Otro enfermo los vio y quiso violarla (por eso se enteró todo el mundo). Pero Corina se resistió. Lo suyo no era indiscriminado, ella quería al otro hombre.

A partir de ese incidente, recibió por primera vez (por medio de la plastilina) educación sexual.

Su analista le dijo (y escribió): “Ahora tú también eres una mujer”.

La madre estaba horrorizada: “Entonces ella tiene deseos sexuales, ¡es terrible!”. Los tenía desde mucho antes.

Cuando llegó el momento de dejar el Hospital, después de la sesión, la secretaria de la Dra. Doltó le preguntó, a la noche:

– “¿Hoy Corina regresa a casa?”. La madre se desmayó.

Cuando volvió en sí, la Dra. Doltó le preguntó si eso le había ocurrido alguna otra vez, a lo que la madre respondió:

– “La primera vez que tuve mi regla me desmayé, la segunda también, después nunca más”.

Esto merece un comentario.

El regreso de Corina significaba la presencia en casa de dos mujeres en actividad genital: la madre y la hija, lo que no había ocurrido nunca antes, ya que Corina vivía en el Hospital desde muy joven. Esto significaba para la madre la repetición invertida de otra situación que debió resultarle traumática: cuando, siendo hija única, tuvo su regla por primera vez, convirtiéndose en la segunda mujer en el hogar de sus padres.

Y es ahora, al repetirse la situación con el regreso de Corina, que, después de tantos años, la madre vuelve a desmayarse.

Mucho más no sabemos porque la madre de Corina no era paciente de la Dra. Doltó, pero creo que vale la pena retener esta observación para cuando hablemos de la estructura familiar y la repetición en la familia.

Resumiendo, para llegar al final de la historia: Corina se adapta al taller, donde hace costuras a máquina a pesar de su ceguera, gana un sueldo, toma un curso de ortofonía, escribe, dibuja, establece relaciones afectivas.

Un día Corina llega a sesión y le trae un regalo a su terapeuta, que había confeccionado ella misma, y le dice “adiós”. Expresa así su deseo de poner fin a la terapia.

Y, efectivamente, allí termina la comunicación de la Dra. Doltó de un tratamiento psicoanalítico de una joven de 19 años, sorda y ciega, que había sido etiquetada como “débil”, cuando había sido desde siempre muy inteligente.

No sé si les interesó el caso, pero creo que merece algunas reflexiones:

Para todo niño son esenciales las relaciones de lenguaje que, día a día y hora a hora, tiene con el adulto que se ocu
pa de él.

No hay nada más perjudicial para su aparato psíquico que una ruptura precoz en la relación madre-hijo.

Pueden haber muchas causas para que esta ruptura se produzca. Una de ellas puede ser una enfermedad orgánica del niño, sobre todo si ésta lleva el adjetivo “cerebral”, con el horror y el rechazo que produce en nuestra cultura (o civilización).

Cuando se produce esta ruptura (no necesariamente expresada con palabras, no necesariamente presente en el decir de la madre), al faltar el Otro materno, el niño queda encerrado en la relación con su propio cuerpo real. Una parte del sujeto se convierte en el Otro para él. Es lo que los analistas llamamos autoerotismo, que no es lo mismo que autismo (aunque, en sus casos extremos, puede llevar a él). El sujeto, al relacionarse con su cuerpo en tanto Otro, diferente de su Yo, se automutila de su cuerpo.

En este sentido, la masturbación es una lucha contra el aislamiento; está en el sentido del autismo, pero es un autoerotismo tan evolucionado (respecto del esquema corporal) que ya no es autoerotismo.

La masturbación puede pertenecer al campo de las neurosis. No hay autoerotismo propiamente dicho sin compulsión.

Si se produce esta ruptura en la relación madre-hijo (ruptura que puede permanecer encubierta, que puede no ser expresada por la madre, que puede no ser consciente en ella), al faltarle al pequeño, no ya la madre, sino una de sus funciones esenciales, que es la de ser el primer Otro, la de quien permite, por medio de esta primera relación, la relación con los otros, con los semejantes, adultos y niños; el niño queda encerrado dentro de los límites de su propio cuerpo. Esto es lo que los analistas llamamos autoerotismo (del que el autismo sería un caso extremo).

Un niño que padece un trastorno orgánico precoz, puede quedar aislado, segregado de la estructura familiar, a solas con su propio cuerpo; como en el caso que vimos.

Esto puede dar lugar a un repliegue sobre sí mismo, con la ilusión imaginaria de no estar solo hasta, en los casos más graves, una psicosis infantil.

Se produce así un malestar psíquico que se añade al trastorno orgánico que está en el origen, puesto que es lo que ha producido su segregación de la estructura familiar, pero que no es su causa, dado que si el medio en que fue recibido el niño “enfermo” hubiera tenido o desarrollado las suficientes habilidades, el trastorno mental añadido no tendría porqué haberse producido. Así, muchas veces, el padecer psíquico de Corina parece consecuencia de su padecer orgánico (la supuesta debilidad de Corina) y se debe, en realidad, a las dificultades de la familia para procesar el hecho de tener una niña enferma.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com