(Conferencias para docentes de integración de un Colegio de Vallecas)

EL CASO CRISTINA

En el caso presentado por la Dra. Doltó, entonces, tenemos una chica con un trastorno orgánico presente desde antes de su nacimiento (en la advertencia de los médicos); la suposición errónea de que esa niña es débil; una madre que la ubica, en consecuencia, en el lugar de un objeto desechado, no de un sujeto; y un feliz encuentro con una terapeuta experimentada que permitió a Corina desarrollar sus extraordinarias habilidades que habían permanecido ocultas (no siempre hay tanta suerte: no siempre se produce ese feliz encuentro, ni siempre las habilidades conservadas son tan extraordinarias).

Tampoco la reacción de diferentes madres, ante la enfermedad orgánica de su hijo, serán iguales.

Esto me trae a la memoria otro caso que, este sí, he tratado yo.

Recuerdo todavía vívidamente las primeras entrevistas:

Ambas permanecíamos en silencio. La mirada de Cristina se perdía más allá de mí, a través de la ventana, mientras se acariciaba mecánicamente el vientre en un movimiento que no variaba en intensidad, ni en velocidad, a los largo de la sesión. Y yo me preguntaba qué habría más allá de su no-mirada y si yo podría hacer algo por ella.

Los padres llegaron a mi consulta (derivados por la tutora del Colegio de Cristina) con un diagnóstico ya hecho, formulado desde el mismo nacimiento por el padre-médico, y confirmado más tarde por un neurólogo: tanto Cristina como su hermana “gemela” (ellos decían “gemelas”, pero, en realidad, son mellizas) son débiles mentales. La causa: una pre-eclompsia (?) de la madre durante el embarazo.

Lo terrible de estos diagnósticos es que, más allá de su acierto, condicionan a la familia, al medio, al propio sujeto. Con el tiempo, ya no puede saberse si un sujeto es débil porque nació débil o porque su supuesta debilidad condicionó al medio, redujo las expectativas, impidió el desarrollo de las habilidades conservadas, hasta construir su actual debilidad.

En todo caso, la presencia de Cristina, su no-mirada, su voz disonante, su estúpida risa vacía, su negativa a todo pensamiento, parecen confirmar esta debilidad más allá de que su causa primera hubiera sido orgánica o psicológica.

¿Qué puede hacer un analista en un caso así?. Lo que hace siempre: escuchar. ¿Y qué escucho?.

– “Si hay que venir dos veces por semana, una vengo yo y otra mi hermana. Igual, somos iguales… la misma persona”.

Cristina no hace más que confirmar el pedido de sus padres: han venido a consultar por ambas (a lo que yo me niego, tomando en tratamiento a Cristina, la que me había sido derivada por su tutora, y derivando, a la vez, a su hermana a otra terapeuta). Los padres se refieren a ambas en plural y coinciden con Cristina: “Las dos son iguales”.

Yo misma me descubro, al comentar el caso con un colega, refiriéndome a “ellas” (aunque nunca he visto a su hermana) en plural. Plural también es el diagnóstico neurológico, plural la medicación indicada por un psiquiatra.

Sin embargo, hay una diferencia: como Cristina fue la primera en nacer, el padre la ha nombrado con el nombre de la madre. Y Cristina madre nos dice:

– “Es mi preferida, aún más que el hermano, que es perfecto” (o sea, no débil). “Tengo que confesarle algo: Cristina es mi debilidad”.

Y Cristina madre parece carecer de debilidades: es una profesional exitosa, una mujer perfecta, una madre ejemplar.

– “Mis dos hijas son un problema, pero no son mi vida. No me gusta hacerme drama”.

Parece contradecir así una de las pocas ideas en que psicoanálisis y psicología coinciden: ya sea como causa o como consecuencia de la debilidad, suele existir una simbiosis madre-hijo débil. ¿Será la excepción que confirma la regla?. Dejémoslo en suspenso…

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Las primeras páginas del libro de la vida de todo sujeto han sido siempre escritas por los padres, que anticipan un nombre, unas expectativas, un proyecto, antes que el niño nazca.

El encuentro con un niño enfermo, allí donde se esperaba uno sano, suele producir el derrumbe de esa espera y, por lo tanto, una herida en el narcisismo de los padres.

Estos padres no manifestaban ningún impacto al recibir dos dones en lugar de uno: dos hijas mujeres, donde se esperaba un hijo varón. No ha habido ningún rechazo, es lo que dicen. Pero veamos los hechos.

Una, la segunda (por lo tanto: la “no esperada”), la no nombrada con el nombre que estaba previsto para una hija mujer: el nombre de la madre, la que “casualmente”, a pesar de su “igualdad”, no es la preferida por la madre, ha sido ingresada a los pocos días de nacer, y por varios meses, por diarreas y vómitos.

La otra, Cristina, nuestra paciente, la preferida de la madre, ha vivido sus primeros meses con su abuela, la madre de la madre; ya que Cristina madre estaba muy ocupada con su trabajo y su otra hija ingresada.

¿Y qué dice el padre?:

– “Ella (la madre) está gozosa de sus hijos, son un reino. Estoy pensando en irme de casa. No por Cristina (la madre), sino por “ellas”. No me dejan entrar”.

El padre les grita, les pega, dice que quiere que se mueran… pero “no entra”. Es, como dice la madre, “el que más preocupa”.

Ella calla y sabe.

Lo que es extraño en esta madre es la ausencia de una herida, una herida en su narcisismo por la presencia de estas dos hijas “idiotas”.

Una madre cuida un cuerpo, lo alimenta, lo acuna, lo educa, con la esperanza ¿de qué?, de la inteligencia, de que ese cuerpo llegue a pensar, a ser un sujeto humano.

Lo habitual, cuando esa capacidad de pensar, anticipada por el deseo de la madre, no se desarrolla, es un sentimiento de fracaso, de culpa. No porque sea culpable (después de todo se trata de un trastorno orgánico), sino porque así suele sentirse: fallida, frustrada, fracasada como madre.

Nada de esto se insinúa en la madre de Cristina. ¿Por que?… Quizás porque en la debilidad de sus hijas, en ese signo menos que marca su inteligencia, haya una compensación, un signo más: más dependencia, porque es precisamente la capacidad de pensar lo que permite al niño separarse de su madre.

Para que el niño se separe de su madre (y con esto entramos en el tema de la estructura familiar) es necesaria la introducción, en esta relación, de un tercer término: el padre.

¿Y las madres solteras?, me dirán. Será necesario que algún elemento venga a ocupar su lugar, que la madre, además de su hijo, desee algo más: otro hombre, un trabajo, etc. Que esa madre no sólo sea madre, sea también mujer, profesional, trabajadora, sujeto deseante.

Este tercer elemento, bajo cualquier forma que adopte (aunque la más na
tural y facilitad, el menos en nuestra cultura, sigue siendo el padre), este tercero es imprescindible para que todo no quede reducido a una estructura dual que, por la extrema dependencia del niño, es una estructura compuesta por un solo elemento: el deseo de la madre, incapaz de sostener por sí mismo la estructura de un sujeto. Para decirlo más simplemente: no hay uno sin tres.

En este caso hay un padre, pero es un padre que, a pesar de sus gritos y golpes (impotentes, o precisamente por ellos), “no entra”, como él mismo dice. Este padre se limita a denunciar que la madre “goza” con sus hijas débiles (¿o con la debilidad de sus hijas?).

Olvidémonos un rato del diagnóstico neurológico, o pensemos qué trastorno psíquico puede haberse producido allí:

¿Podría ser una psicosis?. Sí, porqué no: eso parece indicar el absoluto desinterés por el mundo externo que manifiesta Cristina. También su megalomanía: Cristina se cree capaz de todo: dice que va a trabajar, vivir sola (¿como todo el mundo?)… cuando, en la práctica, es incapaz de viajar en autobús.

El primer viaje lo hace para venir a la consulta desde su casa, que es muy cerca, por indicación mía y, produciendo gran sorpresa en los padres, que no creían “capaz” (por lo que nunca probaron).

Los “tontos”, para Cristina, son los otros: el padre, los profesores que no le ponen buenas notas, quizás yo misma…

Pero no, en la psicosis siempre hay lo que en psiquiatría se llaman “síntomas positivos”: delirios, alucinaciones, productos de la imaginería del psicótico.

Cristina produce nada. Se limita a estar allí.

Un día nos sorprende:

– “Quiero ser más lista que mi hermano”.

Eso se insinúa como una pequeña luz en el túnel, una esperanza, el deseo neurótico de un niño normal.

Pero, ¿cómo intenta ser más lista?: estudiando. Estudiando obsesivamente. ¿Su estupidez no puede ser la tontería de una niña neurótica?.

No. ¿Qué estudia Cristina? ¿Qué nos demuestra su estudio?. Que sabe contar, numerar, memorizar.

Estudia largas listas,, lo mismo da de palabras que de números, en inglés o en castellano. Una larga lista que carece de sentido.

– “Quiero tener buenas notas, no entender” -dice.

Y, literalmente, no entiende nada.Ni siquiera intenta hacerlo. Sólo memoriza sonidos carentes de sentido (lo que, todo hay que decirlo, esporádicamente le reditúa en notas aceptables.

Pero eso habla más de nuestro sistema educativo que de su inteligencia. En el boletín pueden aparecer varios “Progresa Adecuadamente”, pero ella no progresa nada, sólo nos muestra una habilidad similar a la de Dustin Hoffman en “Rain Man”, “El hombre de la lluvia”).

Cristina se muestra como un puro cuerpo, con la misma indiferencia con que entrega ese mismo cuerpo (¿qué otra cosa podría entregar?) a sus ocasionales parejas masculinas.

Un cuerpo vacío, vacío de pensamientos hasta un extremo que ni la misma debilidad parece justificada.

Pensamientos santificados en el altar para mayor gloria de su madre. De una madre aparentemente poco “maternal”, pero que ha conservado para sí una función a la que el común de las madres suelen verse obligadas a renunciar (por suerte) mucho antes: la de alimentar, la de bañar, la de vestir, la de prestar sus pensamientos al cuerpo de su hija.

Cristina hija es la debilidad de Cristina madre.

Cristina se presenta, no como un sujeto, sino como un cuerpo violentado.

• Violentada por una enfermedad orgánica.

• Violentada por un diagnóstico psiquiátrico que la ha encerrado en su propia debilidad.

• Violentada física y auditivamente por ese padre que no ha querido, o no ha podido, o no ha sabido “entrar”.

• Violentada por la madre que ha prolongado su ficción más allá de lo admisible.

• Violentada, más allá de las buenas intenciones, por educadores y terapeutas que la han forzado a la “normalidad” del estudio (que en ella es sólo enumeración) y de una conducta aparentemente (y sólo aparentemente) normal. Que le han inyectado pensamientos que le son ajenos, y que ella no puede hacer más que repetir, como un eco, como sonidos carentes de sentido.

¿Qué hacer con una paciente así?.

Yo me limité a conservar mi lugar, a permanecer allí, frente a ella, mirándonos o no mirándonos, hablando o en silencio, esperando… ¿esperando, qué?… Aquello que un padre desesperado había dejado de esperar, aquello que una madre “gozosa” no había esperado nunca: un pensamiento.

Y no diré que sea un tratamiento exitoso, pero creo que, en esa espera, poco a poco, van emergiendo esbozos de pensamientos propios.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com