Los llamados trastornos del comportamiento alimentario se extienden continuamente tanto en su frecuencia como en la trascendencia social que han adquirido. Se trata de una auténtica epidemia.

Su epidemiología nos señala que los trastornos de la conducta alimentaria son mucho más frecuentes en mujeres que en hombres en una proporción de 10 a 1, aunque están creciendo en varones. La edad de comienzo más habitual es la adolescencia, aunque se registra un alarmante crecimiento en edades infantiles. La frecuencia es mayor entre las clases medias y altas de los países occidentales, aunque se están extendiendo a otras clases y otros países. También se registra un incremento en la incidencia en ciertas profesiones (azafatas, modelos, deportistas, bailarines). Con frecuencia la investigación demuestra la existencia en la familia de casos de depresión, alcoholismo y trastornos de la alimentación.

Los criterios diagnósticos para la anorexia son: miedo intenso a engordar, que no disminuye con la pérdida de peso; alteración de la imagen corporal; disminución del 25% del peso corporal, aunque últimamente se considera más importante la reducción del índice de masa corporal porque se relaciona más directamente con el riesgo médico; negativa a mantener el peso corporal por encima del mínimo según edad y talla; ausencia de enfermedades orgánicas que justifiquen la pérdida de peso.

Otros síntomas habituales son: amenorrea, trastornos del sueño, estreñimiento, dolor abdominal, saciedad prematura, intolerancia al frío, hipotermia, cianosis, vasoconstricción. En su extremo pueden presentarse: caquexia (estado de extrema desnutrición), bradicardia (lentitud anormal del pulso), hipotensión, lanugo (vello corporal muy fino, que crece como aislante de la piel por razón de ausencia de grasa) y edemas (hinchazón blanda de una parte del cuerpo producida por acumulación de líquido):

Siendo muy diferentes entre sí, las anoréxicas suelen presentar ciertos rasgos estereotipados comunes: negación o desconocimiento de sensaciones de hambre y de fatiga; pueden preparar comidas muy elaboradas que ellas no consumen, acaparan alimentos en casa, conocen el contenido calórico de los alimentos, se resisten a todo tratamiento y, cualquiera sea su aspecto físico para los demás, se sienten desmesuradamente gordas, realizan ejercicios físicos exagerados y pueden llegar a tomar laxantes y diuréticos y autoprovocarse vómitos en su afán de disminuir de peso; conductas todas estas que suelen producir gran alarma familiar.

Otra característica común a muchas mujeres anoréxicas es la de haber sido niñas modélicas: obedientes, perfeccionistas, buenas alumnas, exigentes consigo mismas y con los demás, agradables y complacientes.

La anorexia puede desencadenarse después de una separación o pérdida significativa, pero no es necesariamente así y en muchas anoréxicas es difícil, cuando no imposible, determinar el momento del desencadenamiento..

Puesto que buena parte de los lazos familiares y sociales se realizan en torno a la comida, la anoréxica suele aislarse social y familiarmente para evitar situaciones en que se le demande que coma.

Los tratamientos centrados en el aumento de peso han demostrado  efectos iatrogénicos, con una intensificación del rechazo de la imagen corporal y de alimentos cuando finalizan las “dietas de engorde” y/o un ingreso (sólo aconsejable cuando está en riesgo efectivo la vida de la persona anoréxica).

La bulimia, por lo contrario, se caracteriza por episodios recurrentes de voracidad en los que se ingiere gran cantidad de alimentos en un corto período de tiempo, en episodios impulsivos con total falta de control. Los manuales diagnósticos requieren dos episodios de voracidad semanales durante al menos tres meses. Esta voracidad suele verse acompañada por una autoevaluación crítica de la forma corporal y el peso. También son frecuentes en la bulimia conductas compensatorias, como los vómitos auto-inducidos y el empleo de laxantes y/o diuréticos. Nos encontramos así en las bulimias con deseos irrefrenables de comer (atracones), unidos a una búsqueda desesperada de la delgadez y un miedo intenso a engordar, que promueven estrategias para bajar de peso (dietas hipocalóricas, vómitos auto inducidos, purgantes). Frecuentemente se asocia con ingesta de drogas (incluido el alcohol), intentos de suicidio, cleptomanía o conductas auto líticas, aunque esto no se presenta en todas las bulímicas.

La clasificación de estos problemas como trastornos de la conducta alimentaria no hace más que agregar confusión y llevar a tratamientos estériles. Esta clasificación da a entender que los llamados Trastornos de la Conducta Alimentaria constituyen una enfermedad en sí. Pero la experiencia clínica nos demuestra que se trata de síndromes (conjunto de síntomas) que pueden presentarse en muy diferentes patologías y muy diversas estructuras de personalidad, que son las que realmente debemos tratar.

Al calificar a los llamados trastornos de la conducta alimentaria (fundamentalmente anorexia y bulimia) como una categoría diagnóstica se cataloga como enfermedad una conducta manifiesta y no las causas profundas de la misma, eso nos lleva a tratamientos de la conducta y dietas de engorde, con o sin internación, de breve eficacia temporal.

Si, en cambio, consideramos a la anorexia y la bulimia conductas sintomáticas, el tratamiento es conducido necesariamente a la significación que estas conductas tienen en cada una de las personas que las padecen y a tratarlas una por una, conforme a su singularidad.

Si consideramos que el síntoma muestra y oculta los deseos, angustias y conflictos de la persona que lo padece, es necesario escuchar al sujeto, sus pensamientos y asociaciones. Así sustituimos la balanza y el aspecto físico de la persona por una escucha que ofrece la posibilidad de hablar, de expresar sus pensamientos y sentimientos, y de ir construyendo una subjetividad que le permita descubrir el sentido de su conducta alimentaria.

Tanto en la anorexia como en la bulimia el sujeto y lo que tiene para decir son borrados, haciendo que su vida, tanto para él mismo como para su familia, se reduzca a una serie de actos repetitivos: control de peso, negativa a ingerir alimentos o ingesta excesiva en actos impulsivos, ritos, vómitos, purgas. Si médicos y psicólogos hacen lo mismo y ponen el acento en el peso corporal, intentando corregir las conductas y modificar el peso del paciente, sin prestar la debida atención y escucha a la problemática subjetiva que lo lleva a esa conducta, no hacen más que entrar en una lucha con el paciente, reforzar sus conductas respecto de los alimentos y alimentar así este circuito infernal. Por eso los tratamientos habituales producen efectos en el corto plazo pero no pueden evitar las recaídas.

El sujeto anoréxico o bulímico así tratado queda reducido a su condición orgánica, puro cuerpo, objeto de los deseos e intenciones de los otros – el personal sanitario, la familia. La etiqueta diagnóstica de anoréxica o bulímica, garantizada por una supuesta cientificidad, produce en los sujetos una certeza sobre su identidad, “Yo soy eso”, obturando así toda pregunta sobre su ser, su identidad y su deseo.

Se trata de entender lo que la experiencia demuestra: que los síntomas de anorexias y bulimias, pese a sus similitudes, no tienen el mismo significado para cada persona que las padece. Que en cada caso se trata del modo singular en que se constituyó el sujeto en relación a su familia y a otras personas de su entorno. Claro que el paciente no tiene conciencia de esto, y ahí comienza nuestro trabajo.

 

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