“Estaba cenando tranquilamente con mi mujer y una pareja de amigos. Habíamos ido al cine, la película nos había gustado, aunque era algo extraña. Me molestaban un poco los niños que correteaban por el restaurante.
De pronto me di cuenta de que estaba sudando. Mientras me secaba las manos con la servilleta sentí que mi corazón se disparaba y marchaba a toda velocidad.
No dije nada, porque no quería arruinar una cena animada, pero cada vez me sentía peor.
Empezó a dolerme el brazo izquierdo. El dolor, por momentos, se extendía al pecho. Recordé que así empezaban los infartos, lo leí en alguna parte. Pero ¿por qué iba a tener un infarto? No fumo, bebo moderadamente, me cuido con las comidas, hace poco me hice una analítica y todo estaba bien.
Me hicieron una pregunta y no pude contestar porque no prestaba atención. Mi mujer me preguntó si me sentía mal, me dijo que estaba pálido. Le dije que no era nada, quizás el vino, e intenté sonreír. Pero me costaba respirar. Todos en la mesa me miraban fijamente.
De pronto tuve la necesidad urgente de salir del restaurante. Me sentía muy mal, estaba asustado y tenía ganas de llorar.
Pagaron la cuenta (no sé quién pagó) mientras yo los esperaba fuera. Pensé que el aire fresco me haría bien, pero no fue así.
Le di las llaves del coche a mi mujer y, ya en el coche, sentí que me moría. Le dije: -“Llévame al hospital”
Todo duró sólo unos minutos, casi es más largo contarlo, pero de verdad que creí que me moría.
Cuando llegué al hospital ya me sentía mejor. Igual me hicieron un electro, radiografías, mogollón de estudios y preguntas.
A mí me parece que el último médico que me vio era un psiquiatra. Por las preguntas que me hizo. Pero ¿qué le iba a decir? Mi infancia fue normal, mi vida es normal…
Después de horas (¡qué mal están los hospitales!, ¿no?), me mandaron a casa. Antes me dijeron que viera a un psicoterapeuta, pero ¿para qué? A mi cabeza no le pasaba nada. Eran mi corazón y mis pulmones, no mi cabeza”.
Pero unos meses después la crisis se repite, aunque en otras circunstancias.
“Mi mujer insistió en que viniera, y aquí estoy”.
Así se presenta un paciente en una primera consulta. El hecho de que no le hubieran encontrado ninguna falla en el organismo lo alivia y, a la vez, lo avergüenza.
Los ataques de pánico o crisis de angustia presentan síntomas tan similares a los de un pre-infarto (incluida la sensación de muerte inminente) que requieren un cuidadoso diagnóstico diferencial y son causa frecuente de consulta en Urgencias.
Pero, ¿qué es el pánico?
Según el diccionario: “Miedo grande o temor muy intenso”
¿Y qué es la angustia? “Temor opresivo sin causa precisa”
Por eso la versión en español del DSM IV puede traducir “panic attack” (ataque de pánico) por crisis de angustia.
Angustia incluye el concepto de “sin causa precisa” (que no es lo mismo que “sin causa”, aunque esta causa sea desconocida por quién la padece).
El CIE 10 (Clasificación Internacional Estadística de la OMS) clasifica al Trastorno de Pánico (o ansiedad paroxística episódica) dentro de los Trastornos neuróticos, secundarios a situaciones estresantes y somatomorfos y, dentro de éstos, como Otros trastornos de ansiedad (“Otros” para distinguirlos de los trastornos de ansiedad fóbica, de los que se diferencia porque la presencia de ansiedad no se limita a una situación en particular). El DSM IV (manual diagnóstico de la psiquiatría norteamericana) los define de forma similar.
¿Qué es el trastorno de pánico o trastorno de angustia?
El Trastorno de pánico (o ansiedad paroxística episódica), se caracterizaría por “crisis recurrentes de ansiedad grave (pánico) no limitadas a ninguna situación o conjunto de circunstancias particulares”. Son, por lo tanto, imprevisibles.
Los síntomas varían de un caso a otro, de una persona a otra, pero los más frecuentes son: taquicardia, dolor en la zona del corazón, sensación de asfixia, mareo o vértigo y, muchas veces, sensación de irrealidad (lo que se conoce como síndrome de despersonalización y/o desrealización).
Casi siempre estos síntomas son acompañados por miedo a morir (sensación de muerte inminente), a perder el control o a enloquecer.
Cada crisis suele durar sólo unos minutos, desde unos pocos a 20’, raramente más.

Muchas veces el miedo, el dolor torácico o la asfixia, y los síntomas vegetativos (sudoración, nauseas, vómitos…), se tornan tan insoportables que la persona huye del lugar en que se encuentra.

Después de un ataque de pánico, la persona empieza a temer que se repita, y a evitar lugares similares a aquel en que se produjo el ataque (los restaurantes en el caso mencionado y, por extensión, todo lugar en que haya mucha gente y no permita una rápida huida)
La repetición de los ataques de pánico termina por producir una fobia a estar solos o a ir a lugares públicos, por lo que es muy frecuente que el Trastorno de Angustia se acompañe por Agorafobia: temor angustioso a los grandes espacios y a los espacios abiertos.
Resulta particularmente llamativo el temor a sufrir una crisis en un lugar público, bajo la presencia de desconocidos. Una enorme vergüenza a ser visto en ese estado angustioso.
Finalmente, la persona termina por tener pánico al pánico. Por lo que empieza por evitar ciertas circunstancias que le parecen favorecedoras de las crisis, y termina por limitar el conjunto de su vida en función del intento de evitar la repetición de estos ataques.

Comentario clínico:

La angustia automática:

Queda expresado entonces que, después de la primera crisis de pánico, la angustia ya no está sólo en relación con sus causas originales, sino también con el propio recuerdo de la situación en que se produjo ese ataque, que funciona como una situación traumática (el miedo al restaurante, medio de transporte o al lugar público o privado en que se produjo), potencialmente capaz de desencadenar una nueva crisis.

El ataque de pánico corresponde así a lo que se ha dado en llamar “angustia automática”: reacción angustiosa ante una situación traumática. La persona se encuentra invadida por una cantidad de excitación (por causas externas o internas) que la desborda y no puede controlar, produciéndose un desencadenamiento de angustia, o sus equivalentes síntomas somáticos, de forma automática, sin que llegue a producirse un pensamiento que justifique esa angustia y, muchas veces, sin aviso previo, por lo que la coge desprevenida.

Muchos autores han encontrado en los síntomas característicos (asfixia, taquicardia, etc.) una reproducción de los producidos en el primer trauma de todo ser humano, mucho antes de que pudiera llegar a representarse lo que experimenta: el trauma del nacimiento.

La señal de angustia:

Después del primer ataque, cuando la persona se encuentre en una situación potencialmente “peligrosa”, por reproducir las circunstancias en que se produjo el ataque, se r
eproducen los síntomas aunque en forma atenuada, lo que sirve al individuo como señal de alarma para una reacción defensiva (generalmente la huida). Se trata de lo que conocemos como “angustia señal”, que surge ante un indicador conectado con la situación que originalmente provocó el ataque de pánico (en inglés se llama panic button al botón de alarma).

Sin causa aparente

En la clínica el ataque de pánico, o trastorno de angustia, casi nunca se presenta solo. A poco que se escarbe siempre aparece otra problemática de la que el ataque de pánico es su manifestación más aparente y a la que, precisamente por la aparatosidad de sus síntomas, enmascara: hipocondría, agorafobia, alguna otra fobia, trastornos del sueño, distimia u otro trastorno del estado de ánimo, somatizaciones, trastornos de la personalidad, conflictos en las relaciones con otras personas, y un largo etcétera.

En el caso que mencionábamos al comienzo del artículo, ya en las primeras sesiones terapéuticas emergió una desagradable sensación de ser mirado por los demás, juzgado, desvalorizado, como si vieran en él algo que no era de su gusto. Momentos en que el mundo exterior, o él mismo, se le presentaban bajo una tonalidad irreal, como carentes de sentido. Una excesiva disposición a agradar a los demás, en ocasiones a costa de su propio deseo, y dificultades para manifestar sensaciones hostiles como ira o enfado.

También pudo, en el despliegue del diálogo terapéutico, relacionarse ese primer ataque con el contenido de la película que acababa de ver y ciertos recuerdos infantiles, que no desarrollaremos para conservar el anonimato.

En otras personas las crisis responden a otros desencadenantes y los problemas personales a resolver son otros. Sería un error pretender que el trastorno de angustia es propio de gente tímida sólo por el ejemplo citado. Al contrario, pueden padecerlo personas con gran confianza en sí mismas, exitosos profesional y socialmente, incluso con un carácter firme o una personalidad agresiva.

Que uno no sea consciente de las causas que precipitaron el ataque o crisis no quiere decir que no las haya. Estas “razones del corazón que la razón no entiende” pueden desplegarse en el diálogo terapéutico con una persona entrenada para escuchar en lo que uno dice algo que está más allá de la rígida conciencia, y uno termina por saber más de sí mismo y de cómo manejarse del mejor modo posible consigo mismo.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com