Ese hijo difícil (o ¿qué hacer con ese trasto?)

Le hemos dado todo, lleva una vida regalada, nunca le ha faltado nada, y, sin embargo… No estudia, no quiere trabajar, cree que la casa es un hotel o, al contrario, está todo el día encerrado en casa. Yo, a su edad…

La adolescencia es una edad difícil. Difícil para el adolescente y difícil para sus padres. Si peligroso es sobredimensionar sus dificultades, más peligroso aún es minusvalorarlas.

Estadísticamente, y no sólo en España, la adolescencia es, después de la vejez, la edad en que se producen más suicidios e intentos de suicidios. Si a estas situaciones límite les sumamos las heridas autoinfligidas y los accidentes padecidos por descuidos, veremos que, al menos para él, su vida no es tan regalada. Pero, ¿qué es la adolescencia?.

El diccionario prefiere definirla por lo que no es: “época de la vida que marca la transición entre la infancia y la edad adulta”, o sea que el adolescente no es ni niño ni adulto, está en tránsito entre uno y otro. Si nos limitamos al tránsito biológico, coincidiremos con el diccionario y la mayoría de los especialistas en que se trata de una edad que se extiende, aproximadamente, entre los 12 y los 18 años en las mujeres, y entre los 14 y los 20 entre los hombres. Pero quien tenga un hijo de 20 años o una hija de 18, ¿se atreverá a afirmar que su hijo/a es adulto/a? Puede que ésto fuera así en épocas pretéritas, pero, a medida que la sociedad se complejiza y demanda cada vez más habilidades para desenvolverse en ella, la adultez psicológica se distancia cada vez más de la madurez biológica.

Si hacemos coincidir la adolescencia con la edad en que el joven completa su formación y se prepara para su incorporación al mercado laboral, vemos como se extiende hasta los 22 o 25 años (o indefinidamente, tal y como está el mercado laboral).

Si también consideramos como rasgo distintivo de la madurez el abandono de la familia de origen para constituir un nuevo núcleo familiar o, al menos, el abandono de la vivienda paterna y/o materna, la adolescencia puede llegar a extenderse hasta los 30 años (o indefinidamente, tal y como está el mercado inmobiliario) Por eso, aun a riesgo de cierta ambigüedad cronológica, preferimos definir a la adolescencia como aquella etapa en que la vida se conjuga, fundamentalmente, en tiempo futuro.

El psicólogo Aníbal Ponce decía que dos sentimientos caracterizan a la adolescencia: la ambición y la angustia. Ambición porque aún no se ha topado con las inevitables frustraciones que impone la dura realidad y, por lo tanto, todo es posible; y angustia porque, si todo es posible, también lo es lo peor. Pero Ponce afirmaba esto hace años, hoy, en general, los adolescentes carecen de ambición. Es lógico: ¿qué podrían ambicionar?. ¿Progreso económico? Sus padres han progresado, aunque eso no los haga necesariamente más felices, y difícilmente encontrarán en la dura lucha por la vida las comodidades de su hogar. ¿Progreso profesional o cultural?.

Si hoy esos valores sólo se miden en función de la cuenta corriente. ¿Contribuir a la mejora del país? Sus padres ya lo han visto mejorar y hoy el discurso único les dice que vivimos en el mejor de los mundos posibles, lo que constituye el sueño del optimista y la pesadilla del pesimista.

Desde que han nacido se han encontrado con un discurso pos moderno que afirma que han llegado el fin de la historia y el fin de las ideologías. ¿Cómo ambicionar un futuro si no hay futuro?

La ausencia de un proyecto de futuro, tan característica del joven de hoy, no elimina la angustia, pero puede hacer que ésta se manifieste en acto, sin hacerse consciente. Acto casi siempre excesivo. Exceso de drogas o alcohol, algo que deberíamos dejar de considerar una enfermedad, porque en general es una auto medicación de un malestar subyacente: todas estas sustancias tienen efectos antidepresivos, y no basta con remplazarlas por una droga legal, tipo prozac, para eliminar las causas de la depresión. Exceso de velocidad o de otro tipo de riesgo, cuando incluso el despertar de la sexualidad, característico de estas edades, incluye un riesgo mortífero que no podemos ignorar, y en el que no siempre la falta de precauciones obedece a la simple ignorancia. O exceso de pasividad: muchas veces la falta de ambición se manifiesta en ausencia de todo deseo, en un fracaso en los estudios que no es más que apatía, en no hacer nada (o sólo realizar actividades inútiles).

Si la adolescencia es una etapa de transición, deberíamos tenerle paciencia. Pero, ¿cómo tenerla cuando es tan prolongada y en ella se juega el futuro profesional o laboral del hijo? ¿Cómo tenerla cuando lo vemos exponerse continuamente a riesgos innecesarios o desperdiciar lastimosamente el tiempo? ¿Cómo tenerla cuando los conflictos se manifiestan en conductas suicidas (y los intentos autoagresivos, aun los aparentemente más inocuos, así como los accidentes, tienden a su repetición)? Cuando de nada sirve nuestra experiencia, porque la experiencia es, por definición, intransferible; cuando de nada sirven nuestros consejo
s, que a veces bastan para que el adolescente haga exactamente lo contrario; cuando de nada sirven el exceso de rigor ni el exceso de comprensión, porque para alcanzar su identidad el adolescente debe independizarse de sus padres, cuando asistimos impotentes al proceso autodestructivo de un hijo; quizás ha llegado la hora de consultar a un profesional.

La psicoterapia despierta temores y prejuicios en nuestro hijo y en nosotros mismos. En nosotros, el temor a que nos critique en un espacio en el que no podemos defendernos, y el miedo a reconocer que requiere una ayuda que no podemos darle. En él o ella, la dificultad de aceptar que no puede arreglárselas sólo, cuando en realidad su angustia o su depresión son ya el modo en que intenta arreglárselas sólo; y el miedo al menosprecio de los otros por esta dificultad, menosprecio que suele manifestar el miedo de esos otros a reconocer que ellos tampoco están tan bien en su piel.

Marina Averbach y Luis Teszkiewicz

 

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com