El martes 8 de enero de 2008 se publicó en EL PAÍS un artículo de dos páginas con la firma de Inmaculada de la Fuente sobre el TDAH bajo el título: “Niños condenados a ser perfectos”.

Este hecho habla de por sí del interés masivo que se le supone al tema y la amplia difusión que este diagnósticos psiquiátrico ha alcanzado entre la población.

No es para menos: algunos expertos sostienen que podrían padecerlo entre un 6 y un 8% de los niños (de uno a tres por aula) y en USA están recibiendo medicación por este diagnóstico un 10% de los niños de 10 años.

Nada que objetar, de no ser porque el artículo contiene ciertas imprecisiones que pueden confundir más que aclarar al lector interesado.

 

¿Qué es TDAH? Es una sigla extraída del manual de clasificación diagnóstica (con fines estadísticos, no lo olvidemos) de la Asociación de Psiquiatría Americana (es decir, estadounidense): Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad.

El manual de la OMS (Organización Mundial de la Salud) lo denomina Trastorno de la Actividad y la Atención y lo clasifica dentro de los trastornos Hipercinéticos.

Es decir: el manual norteamericano pone el acento en un déficit: la falta de atención o concentración; el de la OMS en un exceso: el exceso de actividad.

 

El artículo tiene el buen tino de advertirnos que “no todos los niños que se mueven mucho lo son”. Problema: ¿cómo se distingue un niño hiperactivo de un niño “travieso, buscapleitos o torpe”, “vago y metepatas”?

Podemos suponer que existen técnicas diagnósticas fiables. Desengañémonos, no es así. “No existe una prueba concluyente para el TDA; no sirve, pues efectuar análisis de sangre, electroencefalogramas, escáner, TAC, tomografía de emisión de positrones”.

Es más, pasando revista a los criterios diagnósticos del DSM y del ICD no encontraremos ningún criterio concluyente para diferenciar un niño con TDAH de un niño travieso e inquieto.

Sólo nos queda un criterio cuantitativo: decimos que un niño padece un TDAH o es hiperactivo cuando es demasiado inquieto, excesivamente distraído.

 

¿Parece una exageración? El mismo artículo se abre informándonos que hoy un profesor cuando se encuentra con un niño díscolo “sabe” que se trata de un niño enfermo, que padece un trastorno y que debe o debería tomar medicación.

 

El artículo dice que actualmente, en España, sólo están diagnosticados el 15% de los niños que padecen este trastorno (no cita estudios, pero los conocemos). Otros estudios (uno de ellos realizado por psiquiatras de un Centro de Salud Mental Infantil español que figura en esta misma web) señalan que de los niños que sí están diagnosticados (muchas veces tomando medicación) sólo el 33% padecería el trastorno, o sea que en un 66% de los casos el diagnóstico sería erróneo.

Si combinamos los dos datos nos encontramos con que sólo 15 de cada 100 niños con el trastorno habrían sido diagnosticados y que, probablemente, en 10 de esos niños sea un diagnóstico erróneo y sólo en 5 se justificaría el uso de medicación; mientras que muchos otros niños podrían padecer el trastorno sin haber sido nunca diagnosticados. Tenemos un problema. ¿El problema reside en una mala formación de nuestros profesionales o en la ambigüedad del diagnóstico?

 

Pero niños inquietos y distraídos los ha habido siempre, ¿qué es lo que ha cambiado? Todos los que hemos completado nuestro ciclo escolar hemos tenido compañeros con esas características. ¿Qué ha sido de ellos?

 

No hace mucho tiempo, y luego de 30 años de terminado mi bachillerato, he tenido la suerte de encontrarme con mis antiguos compañeros. Algunos de ellos hoy habrían sido diagnosticados de TDAH. La mayoría no solo terminaron felizmente sus estudios sino que son profesionales exitosos. Muchos con inquietudes políticas, sociales y de otro tipo, en consonancia con su antigua rebeldía. Es de suponer que unos pocos no tuvieran la misma fortuna, fracasaran en sus estudios y desarrollaran su vida con más limitaciones. En la mayoría de los casos ni unos ni otros habían sido diagnosticados como lo serían hoy. ¿Podemos asegurar que un diagnóstico precoz hubiera mejorado los resultados?

 

Podríamos pensar que no fueron diagnosticados porque se carecía de un diagnóstico adecuado, pero no es así. El mismo artículo advierte que el TDAH viene a ocupar el espacio del antiguo diagnóstico de Disfunción Cerebral Mínima, diagnóstico que fue abandonado porque, pese a las muchas investigaciones realizadas, nunca pudo hallarse esa supuesta disfunción. Una cosa es reconocer que el posible origen cerebral es una hipótesis estimable, y otra darla por probada.

 

Se dice muchas veces que el TDAH es un trastorno biológico de probable origen genético, pero no hay nada que lo demuestre. Ni una sola de las pruebas realizadas ha logrado hallar la hipotética lesión cerebral o el gen que produce esta supuesta enfermedad (decimos supuesta enfermedad porque el TDAH es un síndrome, un conjunto de síntomas que suelen presentarse asociados, no una enfermedad y, menos aún, una enfermedad única). La investigación científica puede fundarse en conjeturas, la medicina no.

 

 Más frecuente aún hasta no hace mucho era otro diagnóstico: precisamente la Hiperkinesia, ya fuera como diagnóstico principal o como acompañante de problemas psicológicos y/o emocionales. La hiperkinesia era habitualmente tratada con psicoterapias, con buenos resultados a tenor de lo que conocemos.

Más frecuente aún hasta no hace mucho era otro diagnóstico: precisamente la , ya fuera como diagnóstico principal o como acompañante de problemas psicológicos y/o emocionales. La hiperkinesia era habitualmente tratada con psicoterapias, con buenos resultados a tenor de lo que conocemos.

 

¿A qué se debe la eclosión de un diagnóstico que es conocido desde hace mucho? Podemos aventurar algunas respuestas no contradictorias entre sí:

1 – Realmente se presenta con mayor frecuencia. Esto hablaría a favor de la participación de factores sociales, ya que las modificaciones significativas en el cerebro humano requieren de mucho más tiempo.

2 – Madres más ocupadas y colegios desbordados por el fracaso y los conflictos escolares tienen menos tiempo y recursos para afrontar alumnos díscolos, inquietos o distraídos que no se ajustan a la norma, por lo que se recurre con mayor frecuencia al diagnóstico psiquiátrico y su correspondiente tratamiento. El incremento de consultas se debería a que vivimos en una sociedad hipercinética.

3 –  El descubrimiento de la eficacia del metilfenidato y otras drogas para mejorar la atención ha disparado los diagnósticos. No sería la pr
imera vez que el remedio produce el incremento de enfermedad registrada.       

 

Más importantes aun nos parecen los efectos de la difusión de este diagnóstico, que pueden resultar tanto beneficiosos como perjudiciales.

 

Entre los efectos benéficos:

         Favorecer la detección precoz de que algo no funciona en el niño como debiera, con la posibilidad que brinda de proceder a tratamientos tempranos

 

Entre los negativos:

         Señalar a los niños distraídos o inquietos como enfermos mentales, una marca que los acompañará en forma indeleble en su familia, el colegio, sus relaciones sociales.

 

Y otros efectos que pueden ser tanto positivos como negativos:

– Desresponsabilizar al niño por su rendimiento escolar y su comportamiento al justificarse ambos por un trastorno cerebral o mental. Es positivo que esto llegue a librarlo de castigos por conductas que no puede controlar, pero puede llegar a ser negativo que él no se sienta responsable por modificar la situación

– Desculpabilizar a los padres y las instituciones educativas. Si se trata de una enfermedad como las otras nadie es responsable. Los padres se libran de una culpa injustamente atribuida, pero lo hacen al precio de sentirse impotentes.

 

 

Las culpas de los padres

 

Más llamativo nos parece que el artículo culpe a los padres por resistirse al tratamiento (muchos padres, al contrario, demandan medicación estimulados por artículos como el que comentamos). Lo que nos sorprende es el comentario de que muchos padres “eliminan o reducen la dosis en vacaciones…”

 

Veamos qué dice respecto a la posología el prospecto del Rubifén, una de las marcas comerciales citadas por el artículo (sería preferible que los artículos de divulgación prescindieran de mencionar marcas comerciales, pero no es así):

Nota: puede ser conveniente suspender periódicamente el tratamiento con Rubifen para evaluar el estado del niño. Es posible que la mejoría persista incluso cuando el fármaco deja de administrarse durante un tiempo o permanentemente. El tratamiento con Rubifen no debe prolongarse durante tiempo ilimitado

  Y en las advertencias y precauciones:

 

Se recomienda para su uso un régimen de dosificación con intervalos libres de medicación, por ejemplo durante las vacaciones escolares en el caso de niños.

Se culpa a los padres por hacer precisamente lo que indican los prospectos. ¿Se supone que los laboratorios boicotean sus intereses comerciales sin una razón de peso? Sería conveniente que la autora del artículo clarificara este punto.

 

(Continuará en una próxima entrega)

 

Luis Teszkiewicz

Psicoterapeuta de Niños y Adolescentes

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com