Cada vez más llegan a nuestra consulta niños con dificultades escolares. En general son niños que se han desarrollado sin mayores problemas en su ambiente familiar. Allí han desarrollado sus aprendizajes básicos estimulados por unos pocos adultos (generalmente los padres) a los que los unen lazos de amor y necesidad. El deseo de agradar a sus padres ha sido el mayor estímulo para realizar sus aprendizajes.

Al ingresar al colegio las reglas del juego cambian. Desde hace años se insiste en la necesidad de un proceso de enseñanza – aprendizaje personalizado, adaptado a las necesidades singulares de cada niño. Pero esta no pasa de ser una declaración de intenciones tan loable como vacía. Clases masificadas, programas extensos, objetivos ambiciosos y poco adecuados a la madurez de los niños, fuerzan a un ritmo único y sostenido.

Trabajando durante la mayor parte del día en el colegio, con niños y adultos que no pertenecen a su núcleo familiar, con programas de estudios que no se corresponden con sus propios deseos y curiosidades, bajo una disciplina colectiva y evaluados por adultos que no son de su familia, deben adaptarse aceleradamente a unas condiciones para las que nada los había preparado.

Como aun el extenso horario escolar resulta insuficiente para el desarrollo de los programas, se llevan deberes para el hogar, lo que también modifica las relaciones con los padres, forzados muchas veces a ejercer como maestros sustitutos.

Muchos niños no pueden seguir el aprendizaje al ritmo que impone la mayoría, atentos a otros intereses se distraen con mayor facilidad, inquietos por naturaleza no guardan en el aula la compostura que de ellos se espera. Un nuevo paradigma pseudo – científico adjudica al niño problemático un trastorno mental.

Puede parecer una exageración, pero no lo es. Los dos manuales al uso, el DSM IV-R de la Asociación de Psiquiatras Americanos y el capítulo de Trastornos Mentales del CIE-10 de la Organización Mundial de la Salud incluyen, entre otros trastornos de inicio en la infancia: Trastornos del Aprendizaje; Trastornos por Déficit de Atención (niños distraídos) y comportamiento perturbador, con o sin hiperactividad (niños inquietos); Trastorno Oposicionista Desafiante (niños desobedientes).

El niño queda así etiquetado por un supuesto trastorno mental ante sus maestros, compañeros, su familia, y él mismo. Será estigmatizado nuevamente como un niño con Necesidades Educativas Especiales (¡como si cada niño no tuviera necesidades especiales, propias de su individualidad y su subjetividad!). Estos sellos lo acompañarán a lo largo de su futuro educativo, condicionando las expectativas de los demás y las suyas propias.

Se intentará re-educar al niño para adaptarlo a los requerimientos del entorno escolar y se procederá a incluirlo en protocolos educativos especiales que terminarán invadiendo la vida familiar, haciendo del hogar, que antes fuera un entorno acogedor, protector y lúdico, un ámbito de enseñanza más, condicionando las relaciones del niño con los padres a las exigencias formativas trasladadas al entorno familiar.

¿Significa esto que negamos la necesidad de que el niño se adapte funcionalmente al entorno en el que debe desarrollarse? De ningún modo, se trata de que adquiera un saber para desenvolverse en él sin quedar etiquetado por un supuesto trastorno mental, sin renunciar a su individualidad, y de que descubra el deseo y la curiosidad por el saber sin distorsionar las relaciones con sus padres.

Además, cuando tratamos con estos niños encontramos en su historia, en la mayoría de los casos, perturbaciones más primitivas a las que los padres no concedieron la debida importancia: encopresis o enuresis reproducidas después de haber alcanzado durante un tiempo un control de esfínteres satisfactorio para su edad; síntomas obsesivos y compulsivos precoces; pesadillas, temores y angustias infantiles desmedidos; sentimientos de impotencia y falta de confianza en sí mismos o una omnipotencia temeraria; depresiones infantiles; rabietas intensas; etc. Signos todos ellos, de perturbaciones emocionales tempranas.

Existe en los padres una renuencia a consultar con un psicólogo, psicoterapeuta o psicoanalista infantil, en parte por un prejuicio que fomenta la creencia de que llevar el niño a una consulta es señalarlo como un niño perturbado, cuando se trata de todo lo contrario, de una acción preventiva para favorecer su feliz desarrollo. Por eso, cuando nos preguntan cuál es el momento oportuno para consultar a un psicoterapeuta, respondemos que en el momento en que se plantean dificultades por las que los padres se sienten desbordados, cuando sienten que ya no cuentan con los recursos suficientes para resolver los conflictos que su hijo les plantea.

Nuestra larga experiencia nos demuestra que los tratamientos tempranos (de 3 a 8 años) producen efectos terapéuticos llamativamente rápidos y actúan en forma preventiva demostrando eficacia a largo plazo.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com