El TLP o Trastorno Límite de la Personalidad es un diagnóstico cada vez más frecuente y en el que, como en un cajón de sastre, se encuentra de todo. Dado lo inespecífico de los síntomas diagnósticos, muchas veces se diagnostica como TLP a cualquier persona con síntomas agudos de inestabilidad emocional. Son muchos más los síntomas que diferencian a estas personas entre sí que los 5 síntomas que se han requerido para diagnosticarlos. Y, aun así, se insiste en la creación de modelos terapéuticos supuestamente específicos para esta patología en lugar de realizar un tratamiento personalizado para cada persona, en función de sus síntomas, necesidades y demandas.

El problema deriva de una débil elaboración teórica sobre los llamados Trastorno de Personalidad y su remplazo por unos escasos criterios diagnósticos estadísticos.

No existen herramientas diagnósticas fiables y los psico-diagnósticos al uso hacen que, en general, una persona tenga un número variable de trastornos y el psico-diagnosticador tenga que elegir entre adjudicarle, más o menos arbitrariamente, uno de los diagnósticos, realizar varios diagnósticos amparados en una supuesta comorbilidad, o diagnosticar un Trastorno de Personalidad no Especificado.

Los manuales diagnósticos oficiales, DSM IV-R y CIE 10, unifican criterios diagnósticos y lingüísticos pero, en particular en los Trastornos de Personalidad, el costo es elevado: se produce un solapamiento sintomático de los diferentes TP y un reduccionismo de la gran variedad sintomática que presentan estas personas.

Tampoco hay acuerdo sobre si la génesis del trastorno es biológica o psicológica. Pero este debate, sin negarle su importancia, no afecta al hecho de que sí parezca haber acuerdo en que el tratamiento adecuado es el psicoterapéutico, con o sin el apoyo de medicación.

El DSM IV-TR incluye 9 criterios diagnósticos, la mayoría más psicosociales que biológicos, y requiere el cumplimiento de al menos 5 para realizar el diagnóstico:

Un patrón general de inestabilidad en las relaciones interpersonales, la autoimagen y la afectividad (es decir, una gran dificultad en las relaciones con los otros y consigo mismo), y una notable impulsividad, que comienzan al principio de la edad adulta y se dan en diversos contextos, como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems:

1. esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginado.
2. un patrón de relaciones interpersonales inestables e intensas caracterizado por la alternancia entre los extremos de idealización y devaluación.
3. alteración de la identidad: autoimagen o sentido de sí mismo acusada y persistentemente inestable.
4. impulsividad en al menos dos áreas, que es potencialmente dañina para sí mismo (p. ej., gastos, sexo, abuso de sustancias, conducción temeraria, atracones de comida).
5. comportamientos, intentos o amenazas suicidas recurrentes, o comportamiento de automutilación.
6. inestabilidad afectiva debida a una notable reactividad del estado de ánimo (p. ej., episodios de intensa disforia, irritabilidad o ansiedad, que suelen durar unas horas o, rara vez, unos días)
7. sentimientos crónicos de vacío.
8. ira inapropiada e intensa o dificultades para controlar la ira (p. ej., muestras frecuentes de mal genio, enfado constante, peleas físicas recurrentes).
9. ideación paranoide transitoria relacionada con el estrés o síntomas disociativos graves.

Pero esta lista está lejos de ser exhaustiva. Cuando nos encontramos frente a una persona diagnosticada de TLP nos encontramos con un desborde de sentimientos ante el que el listado del DSM empalidece. Estos otros síntomas también deben estar incluidos en la dirección de la cura, porque son la causa de las dificultades en las relaciones con los otros y consigo mismos, los sentimientos de abandono, la baja autoestima, el frecuente abandono de los tratamientos, etc.

Entre estos síntomas que se presentan frecuentemente podemos incluir:

1 – La negación de su propia responsabilidad en sus actos y vivencias.

2 – La proyección sobre otros de la responsabilidad sobre sus actos y su enfermedad.

3 – Los sentimientos intensos de culpabilidad, aunque pueda parecer contradictorio con los síntomas citados antes.

4 – Un sentimiento de vacío

5 – Decisiones perjudiciales para sí mismos en la elección de amigos, formas de ocio, etc.

6 – La dificultad para escuchar a otros, incluido su terapeuta.

7 – La herida narcisista, es decir, su extrema sensibilidad ante cualquier crítica dirigida a su persona, como mecanismo de defensa.

8 – La somatización, es decir, síntomas corporales que aparecen como manifestación de un malestar psíquico en ocasiones inconsciente.

9 – Las discusiones frecuentes e intensas por temas que, luego, ellos mismos consideran sin mayor importancia.

10 – La demanda al otro de especiales atenciones y cuidados. Eso los lleva a considerar a los otros extremadamente buenos o malos de acuerdo a que acepten o rechacen esta demanda. Lo que produce la alternancia entre los extremos de idealización y devaluación ya mencionada.

11 – Una gran capacidad de seducción y simpatía que, cuando sienten que no es correspondida, produce intensos sentimientos de ira.

12 – Dificultad para encarar proyectos a largo plazo, ya sea en un trabajo, en el estudio o en una pareja.

13 – Victimismo, no sentirse comprendidos.

14 – Objetivos fantasiosos e ideales, lo que los lleva a frustrarse fácilmente cuando las cosas no salen como desean. Esto hace necesario en sus terapias fijarse objetivos realizables a corto plazo porque, de lo contario, se corre el riesgo de que las abandonen.

Un alivio en la intensidad de algunos de estos síntomas favorece la adherencia a la terapia y el poder afrontar los síntomas más resistentes a más largo plazo.

Por eso no se trata de adoptar un modelo de terapia cerrado sobre las categorías diagnósticas, sino una terapia abierta, centrada en las dificultades concretas de cada persona, con una escucha atenta de lo que cada persona tenga que decir, con el objetivo de producir  efectos terapéuticos rápidos que abran el camino a objetivos a más largo plazo.

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