Existen diversos medicamentos para tratar el Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA o TDAH).

Fármacos estimulantes como el metilfenidato (Rubifén, Concerta, Medikinet, Equasym, Medicebran o metilfenidato genérico) y la dexanfetamina (Elvanse), este último sujeto a control adicional para verificar su seguridad.

Fármacos no estimulantes: Antidepresivos como la atomoxetina (Stratera) que se utiliza cuando no se quiere recurrir a un estimulante. Neurolépticos como la risperidona (Risperdal o risperidona genérica) utilizados por sus efectos como tranquilizantes mayores. La risperidona (o Risperdal) actúa sobre la impulsividad y la hiperactividad por su efecto sedante, pero no así sobre el déficit de atención que puede incluso empeorar como consecuencia del embotamiento y la somnolencia que puede producir. Últimamente también se están utilizando en algunos países ciertos antihipertensivos.

Aunque algunos neurólogos y psiquiatras indican la medicación de inicio, como primer línea de tratamiento, no nos parece adecuado generalizar. Cada caso y cada niño merecen un análisis individual.

Admitiendo que en el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad intervengan factores del neurodesarrollo, no podemos limitar nuestro conocimiento a sus bases neurológicas ni el tratamiento a agentes neuroquímicos (medicación).

Aun cuando se recurra a los fármacos, éstos sólo deben ser un complemento de un trabajo psicoterapéutico para ayudar al niño o niña (y a su familia) a conseguir una mejor gestión de sus dificultades que, partiendo de sus singularidades, favorezca un mejor desempeño escolar y en sus relaciones familiares y sociales, que muchas veces se ven afectadas.

Es conveniente, siempre que sea posible, una comunicación fluida del psicoterapeuta con el centro educativo y con el psiquiatra (en caso de que se esté medicando al niño) .

El diagnóstico de “TDAH” no implica una enfermedad mental, sirve para nombrar a un conjunto de síntomas (mayor actividad física que la habitual a su edad, impulsividad y/o dificultad para poder mantener la atención de forma continuada, son los fundamentales) que nos señalan que algo no va bien en el niño. Pero esta etiqueta y su clasificación como trastorno del neurodesarrollo no pueden ser excluyentes ni hacernos renunciar a entender los aspectos emocionales del niño o niña que también intervienen en su desempeño. ¿Cómo se siente?, ¿qué lo hace sufrir?, ¿qué situaciones individuales, familiares, escolares y sociales le generan malestar?

Muchas veces el padre o la madre también han padecido en su infancia (o continuan padeciendo) dificultades de atención o exceso de inquietud e impulsividad, aunque nunca haya sido diagnosticado. Algunos de estos padres reaccionan a los problemas de sus hijos con sentimientos de culpa y exceso de angustia. Otros, por lo contrario, les quitan importancia: “Yo era igual, y ya ves…”, sin considerar que su hijo o hija es un sujeto diferente y su evolución también puede serlo.

Sea o no éste el caso, la intervención con la familia tiene gran importancia para facilitar la comprensión del funcionamiento familiar, la comunicación en la familia, la regulación emocional y otros aspectos del vínculo paterno – filial, y mejorarlos.

Algunos padres tienen la expectativa de que las dificultades de atención de su hija o hijo puedan solucionarse con una pastilla, pero la experiencia nos demuestra que no es así, que la medicación puede atenuar temporalmente algunos síntomas, pero no cura. La buena gestión de las emociones es mucho más compleja que la química.

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