Vivimos una época contradictoria que no hace más que confundir a los padres.

Por un lado se diagnostican como trastornos mentales particularidades de muchos niños que en nuestras infancias no eran consideradas como tales. Echemos sino una rápida ojeada sobre algunos de los trastornos mentales de inicio en la infancia, la niñez o las adolescencia clasificado en el DSM IV-R, manual de diagnóstico de trastornos mentales de uso habitual hoy. Allí, junto a trastornos mentales indiscutibles, más allá del acierto o no en su denominación, como retraso mental o Trastornos generalizados del desarrollo, incluyendo al autismo, aparecen otros más discutibles. Veamos si no:

Trastornos del aprendizaje
F81.0 Trastorno de la lectura (315.00)
F81.2 Trastorno del cálculo (315.1)
F81.8 Trastorno de la expresión escrita (315.2)
F81.9 Trastorno del aprendizaje no especificado (315.9)Así la dificultad en el aprendizaje de cualquiera de las materias que componen el currículo escolar puede pasar a ser considerada un trastorno mental y, consecuentemente, el niño que las padece un enfermo mental.Llegamos así al más frecuente de los diagnósticos de trastornos mentales en la infancia, el Trastorno por Déficit de atención con o sin hiperactividad. Con esta categoría diagnóstica cualquier niño distraído y/o inquieto pasa a ser un enfermo mental.

 

Este diagnóstico adquiere un mayor prestigio porque, aunque pueda ser supuesto por un docente con un niño demasiado difícil de llevar, o por un psicólogo especializado en niños, el diagnóstico es realizado las más de las veces por un neurólogo infantil, y ya se sabe que un neurólogo es un científico.

Lo que no se les dice a los padres, o no de manera suficientemente clara, es que lo que hace el neurólogo es descartar la existencia de lesiones neuronales o cerebrales. En ausencia de una lesión identificable, se le supone al niño una lesión no identificable, lo que ya no es tan científico.

 

Esto no sería excesivamente preocupante si supusiera la solución del problema. Pero no. Se indica una medicación (habitualmente metilfenidato, bajo cualquiera de sus múltiples nombres comerciales, un derivado anfetamínico) que en algunos casos contribuye a mejorar la atención y disminuir la inquietud, pero no en todos. Nos encontramos así con muchos niños y adolescentes que consumen durante años una medicación que no es inocua sin obtener mayor beneficio y pudiendo llegar a padecer alguno de los llamados efectos secundarios (sería más correcto decir “efectos no deseados”).

Por otro lado hay cada vez una mayor reticencia de padres y docentes a dirigir al niño a una psicoterapia para niños o psicoterapia infantil, pese a que, las más de las veces, las dificultades de atención y la hiperactividad son causadas por dificultades psicológicas y/o emocionales del niño.

Y es que hay demasiados prejuicios al respecto. Contra lo que muchas veces se piensa, una psicoterapia temprana puede permitirle al niño no sólo resolver los problemas o dificultades que actualmente presenta, sino ser preventivas de otras dificultades o conflictos que podrían llegar a presentarse más adelante, incluso en la adolescencia.

No hay que olvidar que las psicoterapias con niños suelen ser de gran eficacia y breve duración, porque el niño o niña está en plena elaboración de lo que llegará a ser su personalidad.

No se trata de “adoctrinar” al niño,  sino de permitirle desbloquear sus inhibiciones y angustias

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