Psicoterapia DE PAREJA

 

Las psicoterapias han sido concebidas originalmente como tratamientos “individuales”, es decir, algo que ocurre entre dos personas: el paciente y el psicoterapeuta.

 

Por lo tanto, para justificar cualquier tratamiento que involucre a más de un paciente (pareja, familia, grupo o institución) ha sido necesario suponer que, más allá de la patología individual (síntomas, trastornos o características personales), existe una patología del vínculo (relación, lazo, o como prefiera llamárselo). Es decir que, más allá de los conflictos intrasubjetivos, existen o pueden existir problemas íntersubjetivos, modalidades no sanas de relación, malentendidos que no ocurren en cada uno sino en la relación establecida entre ellos.

 

Se trata, por lo tanto, no de una psicoterapia de cada sujeto humano, de lo que ocurre en “mí”, sino de lo que ocurre entre nos, o entre dos (en el caso de la pareja).

 

Esto implica teorizar una técnica adecuada a la relación, con muchas diferencias respecto del tratamiento individual. Una de las más obvias, no poder solicitar la primera regla de cualquier tratamiento individual: la sinceridad. Demandar una sinceridad sin tapujos sería desconocer el derecho de cualquier ser humano a la privacidad, el secreto, ese ámbito personal no necesariamente compartible con su pareja.

 

En una psicoterapia de pareja, de cualquier orientación, no se trata de trabajar con dos sujetos humanos en su existencia individual, sino con un vínculo o relación que se establece entre dos personas, cada una de ellas con derecho a su propia subjetividad.

 

 

Resumiendo:

 

Los problemas en la pareja siempre tienen su origen en las dificultades propias de cada una de las personas que la componen y, además, en dificultades y malentendidos propios de la relación.
 
La psicoterapia individual es un dispositivo centrado en la persona y su subjetividad que, para su mayor eficacia, requiere franqueza en el decir por parte del paciente, y escucha atenta y compromiso de confidencialidad por parte del terapeuta.
 
En la psicoterapia de pareja no se trata de desentrañar los problemas psicológicos de cada uno de sus componentes, sino los que son propios de la relación; no la subjetividad sino la intersubjetividad, con sus malentendidos e impasses. No puede demandarse la misma franqueza porque siempre pueden haber zonas de su subjetividad que una persona no quiera exhibir a su pareja.
 
El terapeuta de pareja se ofrece para que cada uno de los miembros de la pareja exprese sus ideas y sentimientos respecto del otro, lo escuche y se escuche (algo no tan sencillo como parece) ante la presencia de un tercero formado para ese fin.

 

Otro factor a tener en cuenta es que una pareja cuando solicita un tratamiento es porque ya está en crisis. Una persona puede solicitar un tratamiento individual porque desea clarificar ciertos aspectos de su persona y su modo de funcionar en la realidad que la limitan en el desarrollo de sus objetivos y proyectos; las parejas no, salvo excepciones, sólo consultan cuando la existencia misma del vínculo se encuentra en peligro.

 

La pareja trae ya a su primer entrevista un problema que los preocupa y un síntoma que requiere tratamiento. Ese síntoma es el malestar en la pareja y en ese síntoma debe focalizarse el tratamiento.

 

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Teoría de los vínculos de Puget y Berenstein

 

 Una vez aceptados estos presupuestos, se han desarrollado muchas teorías y prácticas al respecto. La más significativa, tanto por la extensión de su práctica como por la profundidad de su elaboración teórica, es la desarrollada por los psicoanalistas Janine Puget e Isidoro Berenstein. Pasaremos a exponerla sucintamente para luego marcar nuestras diferencias y críticas.

Una vez aceptados estos presupuestos, se han desarrollado muchas teorías y prácticas al respecto. La más significativa, tanto por la extensión de su práctica como por la profundidad de su elaboración teórica, es la desarrollada por los psicoanalistas Janine Puget e Isidoro Berenstein. .

 

Estos autores han construido una clasificación tipológica de los vínculos que pueden darse entre seres humanos. Por un lado los dividen en:
I – Vínculos De Sangre: Relaciones fundadas en un vínculo no necesariamente biológico (puede incluir hijos adoptivos), pero sí preestablecido, y en el que los miembros no pueden elegir su pertenencia: madre, padre, hijos, hermanos.
IIVínculos De Alianza: Se basan en compromisos entre personas. Su modelo característico es la relación matrimonial, pero abarca también la amistad y otras relaciones libremente elegidas.
(Una primera objeción: parecen no considerar otros vínculos que, sin ser familiares, son forzosos y no librados a la elección, acertada o no, del sujeto. Ej: los vínculos laborales)
Puget y Berenstein encuentran que en ambos tipos de relaciones, las familiares y las electivas, se presentan diversas modalidades típicas en la relación entre dos personas:
A – Vínculo Adhesivo o Narcisista Dual: Predominan fantasías y emociones relacionadas con el miedo de separación o de pérdida del otro. Toda separación despierta vivencias de desesperación, sentimientos de inexistencia y de quedar expuesto a un mundo vivido como hostil. Predominan los contactos piel a piel, puede haber una fantasía conciente o inconsciente de  “ser uno solo”, envuelto por una sola piel. Ejemplo normal: la relación del hijo con la madre en sus primeros meses de vida; ejemplos patológicos: relaciones excesivamente dependientes entre padres e hijos (más frecuentemente madres e hijas) a cualquier edad, parejas simbióticas, menos frecuente: hermanos “inseparables”.
B – Vínculo Poseído – Posesivo: Es similar al anterior, pero una de las partes domina, “posee” a la otra, que se deja dominar y poseer. Predomina un contacto corporal y concreto. Se intenta por todos los medios reducir las inevitables separaciones temporales de los dos sujetos que componen el vínculo. Cuando emergen diferencias de deseos, ideas, etc. se produce ansiedad. Nuevamente el modelo es la relación del bebé totalmente dependiente de la madre, pero puede presen
tarse entre padres e hijos, parejas, ciertas amistades.
C – Vínculo de Control o de Terceridad Limitada: La diferenciación y discriminación es mayor que en los modelos antes mencionados, pero se producen muchos conflictos porque cada uno cree siempre (o casi) tener razón y requiere del otro que se adapte a sus necesidades, deseos y tiempos. Hay miedo a ser anulado, dominado o destruido por el otro.
D – Vínculo Amoroso o de Terceridad Ampliada: Predominan la ternura y el cariño. Hay interés mutuo por el otro y una relación basada en la reciprocidad. Se tolera bien que cada uno tenga sus propias relaciones e intereses por fuera del vínculo.
Sobre este modelo vincular, Puget y Berenstein construyen diferentes estructuras de parejas que permiten abarcar todos sus posibles modos básicos de funcionamiento sobre el modelo de la pareja matrimonial
Nos parece importante aclarar que el modelo debería ser válido para toda relación entre dos personas que incluya la convivencia (real o proyectada) y una referencia imaginaria a ese término tan difícil de circunscribir que es el amor, ya sea como logrado, deteriorado  o proyecto de futuro. No establecemos diferencias respecto de los vínculos legales ni de la identidad sexual de los sujetos, ya que estamos hablando de psicología y psicoterapia, no de legalidad ni de moralidad.
No vamos a extendernos sobre las diferentes estructuras de pareja que construyen estos autores porque no es el objetivo del artículo y porque con lo expuesto es suficiente para marcar nuestras diferencias respecto de ésta y otras concepciones de pareja que parten de una tipología vincular, de construir modelos de pareja para considerar a unos patológicos y otros sanos.

“ser uno solo”, envuelto por una sola piel. Ejemplo normal: la relación del hijo con la madre en sus primeros meses de vida; ejemplos patológicos: relaciones excesivamente dependientes entre padres e hijos (más frecuentemente madres e hijas) a cualquier edad, parejas simbióticas, menos frecuente: hermanos “inseparables”.o proyecto de futuro. , ya que estamos hablando de psicología y psicoterapia, no de legalidad ni de moralidad.

 

Por un lado, las parejas reales no se corresponden con modelos que podamos construir. Puede que predomine un cierto modo de relación, con sus malentendidos y dificultades, pero lo más frecuente es que ciertos intercambios respondan a una modalidad y otros a una contraria. Es decir que en una misma pareja pueden coexistir diversos vínculos sin que forzosamente respondan siempre a un modelo de laboratorio construido teóricamente.

 

Por otro lado, en el modelo D, vínculo amoroso o de terceridad ampliada, los autores parecen construir un modelo ideal, modelo de pareja que funciona bien y al que toda pareja debería aspirar. Esta construcción, más que de un modelo de pareja, de una pareja modelo, es común a muchas otras teorizaciones, y es peligrosa. La idea de que existe una pareja ejemplar es una idealización que puede dañar mucho a las parejas reales por las dificultades e imposibilidades en alcanzar ese ideal.

 

No existen parejas perfectas, lo que existen son parejas con diferentes modalidades, mejores o peores, pero siempre imperfectas. De lo que se trata en una psicoterapia de pareja no es de confrontar a la pareja con un ideal, sino de intentar alcanzar una relación que resulte satisfactoria y beneficiosa para ambos, o de descubrir su imposibilidad, no de proponerle a la pareja real un modelo de pareja ideal al que deberían parecerse.    

 

 

Otro modo de pensar a la pareja

 

En una pareja, en toda pareja, coexisten diferentes parejas superpuestas e interrelacionadas. Es decir que la pareja responde a diferentes necesidades del ser humano por lo que no puede reducirse a un solo nivel ni a un único modo de relación:

 

1 – En primer lugar tenemos una pareja de la identificación. La pareja que puede llegar a decir “somos iguales”, o “los dos somos uno”, la pareja de la “media naranja”. Es la pareja propia del enamoramiento, de la idealización de la relación. Pero no sucumbe, o no debería sucumbir, con el fin del momento del enamoramiento. Una persona siempre necesita de una cierta sensación de identidad en su pareja.

 

2 – Pero no basta con cierto nivel de la identificación. Las personas necesitan de su pareja también el reconocimiento de la propia individualidad. Si los dos somos uno yo no existo. Si tú me quieres y me aceptas como alguien diferente a ti, y especial para ti (puesto que sólo yo soy tu pareja), me reconoces y me ayudas a sentir una persona singular, me adjudicas un valor, me haces sentir importante y necesario.

 

3 – Una pareja del deseo, deseo que no se limita (aunque incluye) al deseo del acto sexual genital. Al desear a otro lo hacemos sentirse deseable y, a la vez, damos un cauce a nuestro deseo. Hacemos así de él o de ella la causa de nuestro deseo. Si deseo a otro es porque algo me falta en mí, y espero del otro que me lo de (por eso a una persona demasiado satisfecha de sí misma, a la que parece no faltarle nada, le es tan difícil llegar a construir una pareja.
Pero el deseo humano es singular, no es sólo deseo del otro, es también “deseo de un deseo”: te deseo y deseo que me desees. Que me desees con y por mis virtudes pero, también y sobre todo, con y por mis defectos, porque al desearme me haces sentirme deseable. Este nivel de relación puede originar muchos conflictos porque, a la vez, si me rechazas me haces sentir rechazable.

 

4 – Pero a la pareja humana no le basta con identificarse, reconocerse y desearse, necesita también cierto nivel de satisfacción. Necesitamos que nuestra pareja nos permita alcanzar, aunque sea parcialmente, algún modo de satisfacción. Es muy duro vivir en la insatisfacción permanente, algo que genera mucho malestar y crisis en la pareja. No es necesario (ni posible) que una pareja sea perfecta para producir satisfacciones. Pero es necesario que las singularidades de cada uno, sus virtudes y defectos, sus respectivas posiciones ante la vida, no diremos que tengan cierta complementariedad, pero sí que faciliten a su partenaire ciertos goces en la vida. Es este quizás el nivel que más solidez da a las parejas, y el que más conflictos produce.

 

No hablamos de una pareja del amor porque el amor incluye todos estos requerimientos de la pareja.          

 

 

La pareja hoy y la psicoterapia de pareja

 

Si hoy asistimos a tantas crisis de parejas que podemos hablar de una crisis de la pareja, si se producen tantas separaciones, es en parte porque ya no es forzoso el vínculo matrimonial conyugal monógamo, “hasta que la muerte los separe”, lo que hace que el contrato matrimonial no subsista muchas veces al fin de toda relación de amor; pero también porque la sociedad hedonista en que vivimos propone cada vez más modos de satisfacción individuales y solitarios.

 

Así como hay parejas que permanecen unidas en situaciones muy conflictivas y con grandes sentimientos de insatisfacción, sin que sepan a ciencia cierta qué es lo que los mantiene unidos; hay otras en que uno o los dos miembros de la pareja no soportan la inevitable desilusión y se apresuran a disolver la relación para partir en busca de una nueva pareja (que probablemente reitere a la anterior) o de la “propia identidad”, sin llegar a saber qué papel jugaba esa relación en su vida.

 

No se trata de sostener una pareja a cualquier precio, aun el de la insatisfacción de ambos, pero tampoco de romperla ante la primera dificultad. La psicoterapia de pareja, al favorecer que dos personas se escuchen, que puedan llegar a comprender al otro y entender qué es lo que pasa en su pareja, a superar malentendidos e impasses, puede permitir que una pareja revea su funcionamiento y remueva los obstáculos que se interponen; o descubrir que ya la pareja no es lo que quieren; pero siempre lo harán con mayor realismo y claridad en su elección.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com