La repetición

¿Cuál es el único animal que puede tropezar dos veces con la misma piedra? Suele contestarse que el hombre, pero eso es relativamente cierto, porque ¿cuántas veces puede un ser humano tropezar en la misma piedra? Todas.

Luis se queja de que su actual pareja no lo respeta. Lo trata con desprecio, desvaloriza todo lo que él dice, minusvalora sus esfuerzos y preocupaciones, probablemente le sea infiel. Ella le dice que son ideas suyas y que él está “loco”, pero él sabe que no es así, lo que no sabe es para qué ha venido, “si ella no va a cambiar”. Cuando hablamos un poco más surge un hecho en el que hasta ahora no había reparado: sus parejas anteriores eran parecidas en este sentido. Al principio son muy amables, parecen quererlo bien, pero después… ¿Por qué elige Luis a mujeres que no lo valoran y, muchas veces, llegan a humillarlo?

No pretendemos negar ni minusvalorar el factor genético o constitucional en la personalidad y respuestas ante la vida y la realidad de cada persona. Pero nadie puede seriamente discutirnos la evidencia de que los factores constitucionales están contenidos o potenciados por características propias de la personalidad del sujeto, determinadas a su vez por su singular experiencia en el encuentro con la realidad, con su familia y con su entorno social.

Si la medicación parece demostrar con su eficacia en la reducción y control de ciertos síntomas la participación de factores neuro-endocrinos en la patología psíquica; la psicoterapia demuestra con su propia eficacia (que comprobamos cada día en nuestra experiencia) que se puede curar, y a largo plazo, basándose en el poder de las palabras.

Nuestra forma de posicionarnos ante la vida, y las dificultades con las que ella nos confronta, hunde sus raíces en la infancia. Entonces, cuando el mundo era nuevo y cuando la familia era nuestra única experiencia, adoptamos un modo de ser y una determinada manera de responder a los estímulos. Esas primeras experiencias han quedado grabadas a fuego en nuestra mente y en nuestro cuerpo, aunque las hayamos olvidado. Uno podría pensar que recordar es una pérdida de tiempo, pero el psicoterapeuta está allí para garantizar que ese esfuerzo y ese sacrificio tengan un sentido, que ese trabajo (la psicoterapia siempre es un trabajo, tanto para el psicoterapeuta como para el paciente) tiene un objetivo y una dirección: la cura.

¿Para qué recordar?

Elena estaba desde hacía tiempo deprimida, ansiosa, irritable. Se desvalorizaba mucho y se dirigía a sí misma continuos reproches. Tenía una relación muy conflictiva con sus padres, sobre todo con su madre. Era extremadamente sensible a las críticas o sugerencias que pudieran hacerle, aunque sabía que se lo decían “por su bien”, y reaccionaba pasionalmente con violencia verbal. Luego se culpaba por su reacción y se cargaba de reproches: debería respetarlos y quererlos más, ellos siempre fueron buenos, “hicieron todo por ella” y ella siempre les causó preocupaciones y problemas, es una mala hija y una desagradecida.

A veces, algo de lo que me cuenta o algo que yo le digo le trae a la memoria un recuerdo de su infancia. Los padres eran extremadamente rigurosos con la disciplina, la castigaban con frecuencia. Era el padre el que imponía los castigos, pero era la madre la que decidía que debía ser castigada, y ella tenía que esperar hasta la llegada del padre para conocer su castigo. Los castigos físicos no eran demasiado dolorosos, pero recuerda con terror los gritos del padre y, más aún, la ansiosa espera a que el castigo se decidiera y aplicara. Mientras sus amigas jugaban ella tenía que ayudar en la casa, y a la madre todo lo que hacía le parecía mal, se quejaba de ella, la llamaba “torpe”…

Cada vez que termina de contarme un recuerdo infantil me mira con reproche, ¿para qué recordar cosas que pasaron hace mucho?, ya soy una persona adulta, ¿a qué vienen estas quejas viejas?, ¿para qué sirve?

Cuando sale de sesión llama a su madre y le repite los reproches de los que ha hablado. Terminan discutiendo. Le digo que deje de hacerlo, recordar es parte del trabajo terapéutico que estamos haciendo, no debe actuarlo inmediatamente sino darse un tiempo para la reflexión. Entonces las cosas empiezan a relativizarse. Tampoco todo puede achacarse a los padres, ya que ella tiene hermanos y no tienen la misma personalidad ni reaccionan igual. Al cabo de unos meses no sólo ha modificado su relación con los padres, sino también con su pareja y sus compañeros de trabajo, y ha recuperado una amiga de la que se había distanciado.

Elena parecía haber olvidado su infancia, de la que se limitaba a decir que había sido una infancia “normal” (ninguna infancia lo es, ni ninguna persona, todos hemos vivido nuestras propias experiencias y somos personas diferentes, únicas e irrepetibles). Pero ese pasado olvidado se actualizaba en el presente, en su relación con los otros y consigo misma.

Traer a la memoria recuerdos, muchas veces dolorosos, es como abrir una herida mal cicatrizada que continua supurando, drenar el pus, y volver a cerrarla.

¿Se puede cambiar?

Cuando una persona acude a un psicoterapeuta es porque no se siente bien consigo misma o con los otros, y porque sufre innecesariamente más que lo inevitable (en la vida hay sufrimientos que no pueden evitarse). Entonces no basta recordar, es necesario re-elaborar para dejar de repetir. No podemos modificar el pasado, pero sí la idea que nos hemos hecho de él y, más importante aún, nuestro presente y nuestro futuro, nuestra posición ante nuestra propia vida (que es la que nos produce ese exceso de sufrimiento) y nuestra realidad.

Se trata, precisamente, de cambiar todo lo que se pueda cambiar (que suele ser mucho más que la expectativa de los pacientes), y aceptar lo que no se puede cambiar. Pero aceptar no es resignación pasiva, es gestionar mejor aquello que uno no puede cambiar, manejarse mejor con eso y, sobre todo, no sufrir por eso. En resumen: hacerse con uno mismo.

Lamentablemente esta experiencia requiere de otro, y no de otro cualquiera, sino de un profesional que haya indagado en sí mismo (mediante una psicoterapia personal) lo suficiente para no hacer de su paciente el terreno de sus convicciones personales ni de sus propios deseos. Lo peor que puede hacer un psicoterapeuta es pretender moldear al paciente conforme a sus propias ilusiones y deseos, y no a los de él. Pero hay algo más: si no confía en la psicoterapia para resolver sus propios problemas (y todos tenemos problemas, la diferencia no es entre sanos y enfermos, sino entre personas que tienen el suficiente valor para intentar ser más felices y, para eso, buscar ayuda; y los que prefieren considerarse normales y seguir padeciendo porque su cobardía les impi
de enfrentarse a sus problemas e intentar resolverlos), ¿cómo puede sugerirla como supuesta solución para los problemas de otra persona?i.

Pero no basta con que un psicoterapeuta se haya psicoterapeudizado o psicoanalizado, es necesario que, además, pueda escuchar activamente lo que el otro le dice, y que cuente con un saber teórico y clínico en el que sostenerse; que tenga suficiente experiencia para no dejarse impresionar excesivamente por las singularidades de sus pacientes, y suficiente saber para no intentar reducirlos a un dato estadístico y ser capaz de reconocer la individualidad subjetiva de cada persona que lo consulta, nunca reductible a un dato estadístico ni a una categoría diagnóstica. La persona que viene a consultarnos es un sujeto humano, si no pudiéramos escuchar su individualidad e intentáramos imponerle nuestras propias certezas, sería preferible que nos dedicáramos a otra actividad.

No es un dato menor que nuestra experiencia que, como la de otros psicoterapeutas, demuestre que la terapia libera una energía psíquica y física que, hasta entonces, era malgastada en los síntomas. Una vez suprimidos éstos, esa energía queda liberada para la vida.

Resumiendo

La palabra psicoterapia puede designar a muchos tratamientos y técnicas diferentes, desde el psicoanálisis a la psicoterapia cognitivo conductual, desde la psicoterapia psicodinámica a la sistémica. Todos estos tratamientos se fundan en la comprobación de que una persona puede curarse por medio de la palabra, fenómeno difícil de comprender para quien no lo haya experimentado como paciente o como psicoterapeuta.

La psicoterapia no reniega del potencial origen orgánico de la psicopatología pero, lejos de ampararse en él para desentenderse de lo que le dicen sus pacientes, admite que lo orgánico no lo es todo, de lo que da cuenta la mayor eficacia a largo plazo manifestada por las psicoterapias. Precisamente porque no reniega de lo orgánico, puede practicarse conjuntamente con una medicación psicofarmacológica tanto como en ausencia de ella.

Requerimientos para su práctica

Del lado del psicoterapeuta:

  • Una sólida formación teórica y clínica.

  • Haber practicado el psicoanálisis o una psicoterapia en el lugar de paciente, lo que le permitirá entender mucho mejor a los suyos. Lo contrario sería partir de dos prejuicios: el de que el paciente, por el sólo hecho de consultar y ofrecerse en ese lugar, es un enfermo que necesita de la guía y control de un psicoterapeuta, que se pretende sano por el sólo hecho de poseer una titulación.

  • Conservar siempre una escucha activa, no reduciendo el tratamiento a la aplicación de una batería de test o al fiel cumplimiento de rigurosos protocolos. Ese erróneo modo de proceder solo parece pretender ocultar que la psicoterapia es una relación entre dos personas: el paciente y el psicoterapeuta. La aplicación mecánica de test y protocolos pretende borrar la existencia de ambos en aras de una supuesta cientificidad que dista mucho de ser científica.

  • Respetar la identidad de la persona que consulta, sin intentar nunca imponerle las propias ideas y prejuicios, ni ser nunca indiferente ante su sufrimiento personal.

Del lado del paciente:

  • Ser paciente, es decir, esperar los resultados de su tratamiento sin precipitarse en su conclusión o interrupción. Esto no quiere decir que las psicoterapias deban necesariamente prolongarse en el tiempo, su duración depende siempre de cada caso y de cada paciente.

  • Participar activamente en su propio tratamiento, expresando sus pensamientos y sentimientos, incluso los que crea menos significativos, en la confianza de que el psicoterapeuta sabrá concederles su valor y su sentido para orientarlos hacia la cura.

  • Valorar el trabajo psicoterapéutico, aún cuando sus resultados no sean siempre inmediatos (lo que no quiere decir que no puedan serlo), en la confianza de que este trabajo terminará por manifestarse en su vida cotidiana, como indefectiblemente ocurrirá.

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i El movimiento psicoanalítico siempre ha considerado que una parte fundamental en la formación de un psicoanalista, sino la más importante, consiste en que realice su propio análisis. Pero esta posición se ha generalizado: tanto la Federación Española de Asociaciones Psicoterapéuticas como el Colegio Oficial de Médicos de Madrid exigen la comprobación de una psicoterapia personal de tiempo prolongado para reconocer la capacidad y la habilidad de psicoterapeuta.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com