Marina Averbach Provisor – Psiquiatra y Psicoterapeuta.
Luis Teszkiewicz –
Analista.

Un niño pequeño responde: “Cuando sea grande me casaré con mamá… y voy a tener todas las cosas que hay”.

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Para responder a la pregunta se ve forzado a conjugar un tiempo futuro difícilmente imaginable con las pocas herramientas de que dispone. Pero el sólo imaginarlo es ya un reconocimiento de que hay algo que no se tiene: si me casaré con mamá es porque no estoy casado con ella, y ella está, generalmente, casada con otro hombre que, en la mayor parte de los casos, es mi papá; si voy a tener todas las cosas, es porque no las tengo.

Más adelante, el niño aprende que la mujer que él más quiere, la madre, es precisamente la que le está más prohibida, por lo que el ansia de poseer una mujer, como su padre, se desplaza a la chacha, la maestra, una amiguita. No muy diferente es la historia amorosa de la niña: también es habitual que ella quiera casarse con su madre y, sólo cuando aprehenda que es niña y no niño, en la mayoría de los casos, preferirá al padre.

Al mismo tiempo, va descubriendo que la realidad impone limitaciones y que tendrá que elegir entre ser médico, bombero o futbolista, o, como un niño muy despabilado, “jubilado como el abuelo, que no tiene que trabajar y tiene tiempo para ir al parque conmigo”. Ha aprendido que no se puede ser todo, que es necesario elegir algo, pero el juego de posibilidades es todavía muy amplio: hoy será médico, mañana abogado.

Esta libertad no dura mucho tiempo. Apenas abandonada la pubertad se le impone una elección: ciencias puras, ciencias sociales, humanidades; elección determinante para el resto de su vida. Poco después la elección se restringirá a una sola carrera que lo encerrará “en la prosperidad o en la desgracia”. Peor aún, la posibilidad de elección se verá restringida en función del rendimiento académico precoz. ¿Cuántos fracasos en los estudios a los 16/17 años han concluido en buenos profesionales?. Sometidos al mundo ultracompetitivo del presente hubieran perdido el tren.

No se trata de sumar a las múltiples presiones que sufre el adolescente la de los padres; pero tampoco puede aguardarse a que el tiempo resuelva sus problemas, porque puede que para entonces sea demasiado tarde. Al adolescente no sólo se le exige que resuelva la conflictiva propia de su edad, sino que lo haga rápidamente.

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