Todos los estudios demuestran que las mujeres consultan más que los hombres a los profesionales “psi”: psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas o psicoterapeutas, tanto en los sistemas públicos de salud como en las consultas privadas. ¿Quiere esto decir que las mujeres padecen más de “trastornos mentales” o problemas psíquicos? No necesariamente, hay muchas otras razones que pueden explicar este fenómeno.

Nuestras sociedades han avanzado mucho respecto de la igualdad de géneros, pero aun lo masculino y sus valores siguen siendo considerados signos de normalidad y, por lo tanto, de salud mental. De hecho, se consideran representantes del progreso en la igualdad de géneros a las mujeres que han adquirido para sí mismas las prácticas y valores tradicionalmente masculinos.

Pero ¿acaso no son en su mayoría hombres los que padecen trastornos de mayor repercusión social: alcoholismo, drogodependencias, falta de control de impulsos, violencia? También son mayoritariamente hombres los que mueren por suicidios (en una proporción de 3 a 1 en España), accidentes, violencia. También son masculinos la mayoría de los pederastas. Y esto por sólo mencionar las patologías que más alarman a la sociedad.

Se denuncian los resabios de la sociedad patriarcal y su efecto patológico sobre las mujeres, y está bien que así sea, pero no se tienen en cuenta los efectos patológicos que esa misma sociedad produce sobre los hombres.

Las comparativamente altas tasas de suicidio masculino, el abuso de sustancias y el estrés en el trabajo o por su falta, son algunos de los signos del alto costo de ejercer el rol masculino en la sociedad actual. La lenta pero inevitable emancipación de las mujeres, cada vez menos dispuestas a someter su vida a un hombre, produce en la mayor parte de la población masculina desconcierto  respecto del rol para el que han sido formados.

¿Qué es ser un hombre?

De los muchos atributos que se han adjudicado tradicionalmente a la masculinidad (y se continúan adjudicando) mencionaremos sólo algunos útiles a los fines de este artículo, carecer de ellos supone un menoscabo a la virilidad.

1 – No tener rasgos considerados femeninos: pasividad, fragilidad, debilidad, sensibilidad, ternura. Esto lleva a los hombres a reprimir inconscientemente u ocultar conscientemente sus sentimientos, lo que los inunda de emociones inexpresadas y sin descarga, que hacen de muchos de ellos verdaderas bombas de tiempo destinadas a explotar en algún momento.

2 – Ser un hombre duro como ideal, lo que implica necesariamente reprimir u ocultar las propias emociones. Ser duro implica no doblegarse, lo que puede llevar a quebrarse; y apañárselas sólo, que es una de las principales razones por las que los hombres consultan menos que las mujeres y, en general, cuando ya han desarrollado una problemática alarmante, lo que dificulta su cura.

3 – Identificación de la masculinidad con la potencia. Esto puede llevar a extremos indeseados: confundir la potencia con la violencia (cuyo límite se alcanza en la llamada violencia de género); vivir en permanente rivalidad con otros hombres, en la competencia por quién es “más macho”, con sus consecuencias de envidia, engrandecimiento desproporcionado del yo; o, al contrario, decepción por la imposibilidad de alcanzar ese ideal, sentimientos de impotencia, denigración de sí mismo, auto-desprecio.

Cada hombre es un sujeto individual, con su singularidad y características propias, con cualidades y carencias que también le son propias, y así deben ser tratadas. Pero esto no impide que existan ciertos  rasgos comunes a la mayoría de los sujetos masculinos, que son los que demanda la cultura social, si no como características personales, como ideales que condicionan su vida y su auto-valoración.

Un Ideal del Yo extremadamente elevado que, lejos de servirles como estímulo, produce la minusvaloración del yo de la realidad. Un Superyó perseguidor que lo invade de auto-reproches y culpa. Y una relación con la mujer en la que predomina el ubicarla como objeto.

La depresión invisible:

La depresión, uno de los trastornos más frecuentes, es una de las afecciones en las que están sobre-representadas las mujeres. Y, sin embargo, hay (como dijimos) el triple de suicidios en hombres que en mujeres. ¿Cómo se explica?

Que haya más diagnósticos de depresión en mujeres que en hombres, quizás sólo represente que ellas consultan más que ellos por ese motivo. La queja por su malestar, tan frecuente en las mujeres deprimidas, puede no manifestarse en un hombre igualmente deprimido. La falta de habituación a verbalizar sus problemas puede hacer que, en su caso, el malestar se manifieste en silencio, ensimismamiento, hosquedad, mal humor.

Estas depresiones masculinas que cursan en silencio son difíciles de ser diagnosticadas y, por lo tanto, tratadas. En demasiadas oportunidades sólo se reconocen a posteriori, una vez que el hombre ya ha realizado un pasaje al acto, ya sea autolítico o heterolítico.

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