Primera parte

1 – En la práctica actual lo primero que se hace ante la sospecha de que un niño o adolescente padece TDA es recurrir a un médico, sea éste el pediatra, médico de familia o neurólogo (más frecuentemente éste último).

Esto ya es un problema, porque se encara exclusivamente desde un punto de vista médico-somático un problema que no es exactamente un problema médico.

Es totalmente respetable que padres y docentes designen la dificultad detectada como hiperactividad. Es éste el término utilizado en la jerga profesional de médicos y psicólogos, y en los medios de comunicación, para designar algunos síntomas presentados por su hijo o alumno. Pero ¿qué es la hiperactividad? Para utilizar palabras corrientes podemos decir que es inestabilidad y/o agitación. Es decir que hiperactividad es un término descriptivo más que el nombre de una enfermedad o síndrome.

2 – La única razón para que se la considere una enfermedad o síndrome es que figura como una categoría diagnóstica en los manuales diagnósticos y estadísticos DSM y CIE. Es decir que en primer lugar está un supuesto diagnóstico que se trata de aplicar al niño en cuestión, desconociendo así su unidad como sujeto humano.

Para nosotros se trata, por el contrario, de intentar entender a ese niño individual como una totalidad, con toda su complejidad psicológica, dentro de la cual pueden considerarse sus rasgos de inestabilidad o agitación, y no de aislar un aspecto de su persona, la atención, y definirla como un déficit cognitivo en sí.

La idea tan difundida de que un niño con un déficit de atención o hiperactividad es un niño que “actúa antes de pensar” tropieza, en la mayoría de los casos, en nuestra experiencia en consulta, con que es un niño con una extrema sensibilidad a los dichos y miradas de su entorno, de los que se defiende con una aparente falta de atención. Esta sería una conducta paradojal que es la manifestación sintomática de dificultades psíquicas que van más allá.

Al no tomar al niño como una unidad, como un sujeto único, se elaboran una lista interminable de problemas que, además, puede ampliarse con otros problemas expresados como co-morbilidad, como si el niño pudiera fragmentarse para su observación. Por otro lado, todos los problemas enumerados se reducen a las dificultades de adaptación al medio escolar, familiar o social, pero muchas veces estas dificultades adaptativas enmascaran angustias, ideas obsesivas, fobias, etc., o incluso delirios difícilmente perceptibles.

Las técnicas de evaluación utilizadas se limitan a extensas escalas y cuestionarios que pueden facilitar la identificación de los padres, pero también pueden incrementar el tormento del niño y los padres.

En resumen, pensamos que nuestro deber es atender el sufrimiento de los niños y sus familias, concebidos todos como seres individuales y únicos, y no reducirse a tratar mediante protocolos previos un síntoma que se califica como Trastorno y no como Enfermedad pero al que, a pesar de ello, se le intenta aplicar un modelo médico tratándolo exclusivamente con medicación.

Pocos padres saben que los estudios neurológicos no permiten diagnosticar TDAH, sino descartar otras patologías. No existe hasta el presente ninguna prueba neurológica que permita realizar este diagnóstico. El TDAH es un diagnóstico descriptivo que no puede presuponer una causa neurológica ni ninguna causa única, quizás sus causas sean múltiples y diferentes en cada niño.

No lo decimos sólo nosotros. Un meta-análisis, es decir un estudio comparativo de un gran número de investigaciones, publicado en 2010 por F. Gonon, J. M. Guilé y D. Cohen en Francia, “El trastorno por déficit de atención con hiperactividad: datos recientes de las neurociencias y de la experiencia norteamericana”, concluye en que no existe ninguna teoría neurobiológica sólida al respecto.

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