DISCAPACIDAD E INTEGRACIÓN EN LA ESCUELA IV:

(Conferencias para docentes de integración de un Colegio de Vallecas)

EL CASO RODRIGO:

Se trata de una familia compuesta por un matrimonio y cuatro hijos: dos mujeres, de 21 y 26 años, y dos varones, de 18 y 14 años.

El padre pide una cita para consultar por su hijo menor, que es así identificado como el paciente, el “enfermo”. Ya por teléfono nos señala lo que él entiende es la causa del “mal” de su hijo: la sobreprotección de la madre. También habla de una paliza que él le propinó a su hijo cuando éste tenía un año.

El terapeuta cita a Rodrigo y sus padres. Los padres vienen solos. No le han avisado a Rodrigo ya que, seguramente, no vendría. Se trata pues de una profecía autocumplida: no avisándole se confirma a-priori la certeza de sus padres.

El padre describe la enfermedad del ausente como eso, como una serie de ausencias: no habla, no estudia, no sale, no se interesa por nada.

Ante tantas negaciones, uno no puede menos que preguntar qué es lo que sí hace. Aparece entonces un interés único: regresar al pueblo en que vivieron hace tiempo y en el que poseen “un campo”.

El padre sugiere al terapeuta que se entrevista a solas con Rodrigo “para orientarlo hacia el buen camino”.

¿Qué camino?. Uno que no conduce al campo, sin duda. Pero, en este caso, todos los caminos conducen al campo: el desencadenamiento de “la enfermedad” de Rodrigo coincide con el abandono del campo. Ese campo es propiedad de la madre, que lo heredó de su padre. En ese campo vivieron varios años y, aunque ya no viven en él, de él siguen viviendo. Allí Rodrigo era un niño despierto y colaborador.

Herencia materna que el padre lamenta haber aceptado. Siente que al vivir de un bien de su mujer, menoscaba su hombría.

¿Por qué está maldito ese campo en el que podían haber sido felices y del que siguen viviendo?.

La maldición proviene del abuelo materno: Éste, luego de separarse de su esposa (la abuela de Rodrigo), se unió con una mujer de “mala vida” (es lo que dice la familia). Esa mujer tenía dos hijos, o los tuvo con el abuelo, no está claro. Hijos que “nunca hicieron nada por el campo”, pero que lo reclaman judicialmente como herederos.

Ante el conflicto, los padres de Rodrigo deciden volver a vivir en la ciudad, al mismo edificio en que vive la abuela materna. Pasan así del campo del padre de la mujer a la casa de la madre de la mujer.

Pero ellos, lo que quieren es hablar de Rodrigo:

– “Rodrigo sale con una chica de malos antecedentes” -dicen los padres, sin reparar que esos “malos antecedentes” remiten a otra mujer, la que se unió al abuelo después de su separación, la que engendró a esos intrusos que reclaman parte de la herencia. “Rodrigo es distante, poco afectuoso, loco” (como el abuelo).

A lo largo de la terapia, la familia (sobre todo el padre) rechaza toda interpretación que pretenda vincular los síntomas de Rodrigo con la figura del abuelo. Jamás hablaban de él hasta el comienzo de la terapia y, en un determinado momento, el padre amenaza con interrumpir la terapia si se vuelve a mencionar al abuelo.

Lo que pretende negarse así, es que el abuelo regla, desde lo inconsciente, el funcionamiento familiar.

Es este padre de la madre, que no puede nombrarse, el que vuelve (como todo lo que no se nombra) hecho síntoma en Rodrigo.

El síntoma Rodrigo aparece allí donde falla la función paterna (ésa de que hablábamos antes).

Identificándose con un padre (el de su madre) que es, por medio del campo, el que mantiene a la familia; un padre que deja herencia; un padre que aparece a los ojos de Rodrigo como mejor soporte de una ley que regle la vida de los hombres.

Síntoma de Rodrigo y síntoma de la familia, retoma en él el abuelo que no puede nombrarse.

Padre de la madre, figura mítica al que Rodrigo ha visto una sola vez, cuando tenía un año (cuando su propio padre le dio una paliza que aún recuerda).

He aquí una familia determinada, inconscientemente, por el “avunculus” (representante de la familia materna), en este caso el padre de la madre, que no se puede nombrar, que está reprimido, pero que retorna, hecho síntoma, en su nieto.

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