(Conferencias para docentes de integración de un Colegio de Vallecas)

Las dificultades psicológicas del personal DOCENTE

En principio, la conferencia debería terminar aquí, pero, si disponemos de tiempo y de paciencia, me gustaría decir algunas palabras sobre uno de los temas más difíciles de abordar en estos casos: las dificultades psicológicas del personal no psicológico cuando debe enfrentarse a situaciones que producen movilizaciones personales.

Se habla de las dificultades de integración, de lo que tiene en común con ciertos racismos, ya que si hablamos de integración es porque suponemos una resistencia implícita, una larvada segregación.

Lo que ocurre entre un racista y un negro no es lo mismo que lo que ocurre entre un niño “sano” y uno con parálisis cerebral; pero tiene ciertos elementos en común: la necesidad de reafirmarse en una supuesta superioridad, segregando al otro (a veces bajo el disfraz de la compasión) y, de paso, rechazar toda semejanza con ese personaje siniestro, que es semejante a mí en cuanto a ser humano, y que, sin embargo, me es tan extraño; que pone en escena, en lo real, el riesgo al que todos estamos sometidos de perder la salud, de enfermar, de ser como “ése”.

Los adultos no estamos excluidos de este “racismo”.

Les sugiero ver, sobre ese particular, una película admirable de François Truffaut llamada “El niño salvaje”, que narra la experiencia educativa, en el siglo XVIII, con un “niño salvaje”, por Itard, un pedagogo francés.

Junto al encomiable trabajo de Itard podemos ver allí su gran problema como pedagogo: el pedagogo trata de imponerle al niño enfermo, cuando esta enfermedad afecta su capacidad mortal, su propia concepción del mundo.

A veces se confunde la re-educación (cuando no la educación en su conjunto) como una especie de adiestramiento superior.

El gran riesgo con el niño enfermo es repetir con él lo que ya le ha ocurrido con su familia: tomarlo como objeto de curiosidad y de cuidados, objeto de medidas reeducativas, y prolongar allí un malentendido básico: tenemos que ayudar a la emergencia de un sujeto a pesar de su enfermedad, y no de un objeto.

El riesgo mayor quizás no sea la rebeldía del niño (aunque sí puede ser la más desagradable), sino su sometimiento.

La re-educación muchas veces tiene por misión tranquilizar al adulto ante la inquietud que le produce su propia impotencia.

Para que la acción del docente actúe en el nivel de la subjetividad del niño es necesario que éste articule una demanda: que demande del docente un saber que supone que éste posee, y no que el adulto-docente lo atiborre de informaciones y medidas educativas que el niño no ha demandado, de las que no espera nada.

Si el adulto está excesivamente preocupado por colmar lo que él supone es la necesidad del niño, es probable que no favorezca la emergencia de su deseo.

No permitir al niño que use para su placer los elementos que podemos aportarle, no esperar a que él nos los demande, puede orientar la (re-) educación hacia el adiestramiento.

La experiencia nos enseña que una re-educación sólo resulta eficaz cuando, más allá del síntoma que debe ser re-educado, existe un mensaje que debe ser oído.

La respuesta de la Administración es precisamente la introducción de una estructura administrativa que apunta a hacerse cargo del minusválido, muchas veces de por vida. Y es lógico que sea así.

Pero, la lógica de la Administración puede ser peligrosa si nos limitamos a ella, si no nos cuestionamos nosotros mismos, los que debemos llevarla a cabo.

El peligro reside en la seguridad de la Administración en su propia conducta, en el optimismo desprendido que tiende a inculcar (por vía directa o por la publicidad) en los niños, padres y docentes. Este optimismo pretende ocultar la angustia que nos produce nuestra propia ignorancia.

Veamos, por ejemplo, en el caso de los débiles mentales, el tan zarandeado C.I. El C.I. (herramienta más o menos útil en sí misma) regula a menudo la posición del adulto en relación con el atrasado.

Se lo encierra así en una cifra que regula un orden. Pero este orden encierra al niño (así como en el caso Corina, la suposición de su debilidad corrió el riesgo de convertirla en una débil). A partir del C.I. creemos saber lo que podemos esperar del niño, y la experiencia demuestra que difícilmente obtengamos lo que no esperamos

Para el psicoanálisis todo ser humano, sano o enfermo, es un sujeto hablante (es la posibilidad de hablar la que nos separa de los animales). No encontraremos a ese sujeto ni en su necesidad, ni en su conducta, ni en sus conocimientos. Es un sujeto que, por medio de su propia palabra se dirige a otro, trata de hacerse oír.

Este llamado es lo que hace un rato llamada demanda: este sujeto le habla a sus padres, a sus educadores de sí mismo, aunque mienta o diga tonterías (pensemos en Cristina, podíamos atender a sus necesidades, podía comportarse más o menos educadamente, podría adquirir ciertos conocimientos -o, al menos repetirlos de memoria-, pero seguía siendo una muñeca vacía, la muñeca de su madre).

Este problema es particularmente sensible en el niño enfermo: su enfermedad es el lugar privilegiado de la angustia de su madre, y esta angustia obstaculiza la evolución normal. Este valor que la madre le da a determinada enfermedad puede encerrar al niño en una debilidad o una tontería secundarias, que le permiten continuar siendo el objeto privilegiado (aunque no por el odio) de su madre.

El niño no tiene sólo que enfrentarse con una dificultad orgánica, sino también con la manera en que la madre (y los adultos) utilizan ese defecto.

Es imposible un diálogo real si el hijo no es reconocido como persona.

Si suponemos que el niño entiende poco, le hablaremos poco. Si suponemos que no entiende, podemos inundarlo de palabras, pero no trasmitirle un mensaje. El niño, sin la meditación de una palabra, dirigida por su madre a él como persona, lo dijimos antes, se queda solo con su cuerpo.

Este artículo ha sido redactado por profesionales con más de 25 años de experiencia en el sector de psicología y psiquiatría. Tenemos gabinetes en Majadahonda y Madrid Centro. Si tienes más dudas o deseas consultarnos algo llámanos al 607 99 67 02 o escríbenos a info@persona-psi.com